8 de abril de 2020. Miércoles.
LA BIENAVENTURANZA
DEL SERVICIO
Carecer de piedad, es la pobreza más destructora. El Roto. El País |
-«El cristiano existe
para servir», ha dicho el Papa Francisco. Servir es ponerse en las manos y la
delicadeza de la madre para atender al hijo enfermo. O llorar en las lágrimas del
hijo que ha despedido a su padre en la estación de la muerte sin haberle podido
dar un beso. O ponerse en el hospital la bata, la mascarilla y los guantes, y
cuidar al enfermo como Jesús a los leprosos, tocándolos, dejándoles un rasgo de
humanidad, una palabra, mirándolos con ojos de madre, o de amigo, con gemido. O
andar con la fregona higienizando centros de salud o con la manga desinfectando
lugares públicos, sin un mal gesto, con fidelidad sagrada a su oficio. O el
transportista que conduce horas y horas al volante, con su familia en casa, y
sin tiempo a veces para degustar un café, o dar una cabezada. O el que lleva o
trae recados, como voluntario o por una propina, depende de la voluntad del
servido para que la propina sea más o menos modesta, más o menos agradecida. O
el que atiende a un anciano, y lo limpia, y le lleva la cuchara a la boca, y le
habla con palabras amables, y le dice «amigo» o «padre», o «qué bien te
encuentro», y lo deja con la sensación de haberle alegrado un poco la soledad. O
el que, tras la mampara o la mascarilla, atiende al cliente en la farmacia, en
la panadería, en los supermercados, y tratan de apaciguar así la enfermedad o
el hambre de pan, haciéndose samaritanos del necesitado (y tirado) a la orilla
del camino. Ahora pienso en lo que dijo Jesús: «Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia», o la bienaventuranza
del servicio: pues «se existe para servirse» (12:05:42).
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