22 de abril de 2020. Miércoles.
GRITO DE LA LUZ
Nubes amenazadoras, pero hermosas. Casa Sacerdotal. Murcia |
-Ayer
volaba con un sueño, hoy me quedo en mi habitación, contemplando cómo pasan las
nubes, las del coronavirus. Tan rápidas. Nubes con las que me gustaría irme. Son
nubes amenazadoras, pero hermosas. Tienen los contornos definidos: el centro, oscuro,
y las orillas, encendidas, como si desde su dentro se desbordara la luz. Son
como copas llenas de luz que se le escapara por los bordes. Mirad una copa de
cerveza, con la espuma saliéndole de las entrañas. Así veo a las nubes esta
mañana. Es luz que te llena de esperanza, como la luz de un libro o de una
mariposa. O de un consejo. Dice Asías: «El pueblo que andaba en tinieblas vio
una gran luz». O: «Lámpara es para mis pies tu palabra», salmo en el que habla
el poeta –el profeta– esperanzado. Es la docta Escritura que me habla, y que,
con voz de madre, me advierte. Y yo digo: «¡Quiero tocar esa luz!» Y añado, «Señor». Y miro a Dios, porque fue el que en el principio de todo, antes de que
la ciencia empezara a investigar y existieran teorías de relatividad, etcétera,
pronunció el grito de la luz: «¡Sea la luz!», dijo, «y fue la luz», como si un
reguero de luciérnagas –estrellas, soles, galaxias, temblor, asombro– invadiera
los espacios. Qué milagro el de la luz, Diario, ahora que todo se ve tan negro,
tan vacío, tan en esqueleto (18:21:34).
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