10 de diciembre de 2022. Sábado.
HOGARES DEL FRÍO
HOGARES DEL FRÍO
-Decimos dos millones y según de qué se trate nos alarma –inquieta–, o
no. Si se habla de dos millones de euros, se encienden de luz los ojos y
ponemos la mano por si nos cae algo. Con burbujas de luz en los ojos, decimos.
«¡Dos millones de euros!» Pero si por el contrario leemos en la prensa: «La
pobreza energética severa ha empeorado de una manera extrema: dos millones de
hogares no pueden calentar sus hogares». Se nos apaga la luz de los ojos y
miramos para otra parte, apesadumbrados. Decimos «pobreza energética» y
pensamos en cuerpos desnudos, echados a la calle del frío, con humo de carencia
de calor en la boca. Dos millones de hogares sin la posibilidad de vaciarlos de
frío y llenarlos de calidez: ponerle un abrigo al frío. Ayer el Papa Francisco
lloró ante el monumento a la Inmaculada en Roma, al referirse a los niños que
afrontan el invierno de la nieve y los obuses en Ucrania. Llorar de ternura por
otros en el túnel sin fin del invierno sin posibilidades de calentarlo es un
gesto evangélico de enorme trascendencia y ejemplaridad. Jesús llora con el
Papa Francisco, por el frío de tanto niño que morirá este invierno debido a la
guerra o a la pobreza energética, debido al egoísmo de unos y la indiferencia
de la mayoría, como un alud gélido de desgracias. Y hay que pensar en las
palabras de Unamuno, para poder entrar en la trascendencia del momento: «El ser
humano muere de frío, no de oscuridad». Así es: la oscuridad puede crear
fantasmas, espectros, pero el frío conduce a la muerte. Y Dios, Diario, está,
no en el frío, sino en el niño que lo sufre, llorando sus llantos, maldiciendo la
injusticia, clamando por la equidad (12:25:33).