23 de febrero de 2014. Domingo.
FAMILIA
BIEN AVENIDA, Y FESTIVA
Iglesia Santa Bárbara, s. XI, en Valle de Göreme. Turquía. F. FotVi (Escavada en roca. Tiempo de persecución) |
-Como cada domingo, esta mañana he celebrado misa en San Blas, con el gozo
de la presencia de niños, algún joven, y matrimonios de menos a más edad; es decir,
una familia bien avenida, y festiva. Niños y niñas, madres y padres, abuelos y
abuelas, y Dios, haciendo de lazo o nexo de unión. Dios en el centro,
irradiando gracia; y los demás, entre rezos y silencios, y dudas (la fe) y
certezas, y esperanzas y amor, celebrando al Señor, que habla y da de comer. Esta
mañana nos ha hablado por medio del Levítico,
un libro anterior a la Odisea, de
Homero, y posterior al Libro de los
muertos, texto funerario del Antiguo Egipto, por ejemplo. En todo caso, un
libro sabio, donde se dice: «Sed santos, porque yo, vuestro Dios, soy santo»;
sin discusión. Si yo soy el centro e irradio santidad, dejad que mi santidad os
invada, os penetre. En este caso, Dios invita y apremia, y da razones. La razón
más tajante está en que la santidad de Dios es su vida; vida que comunica en su
hijo Jesucristo. Sed santos, hemos oído, y le pedimos poder serlo. Es nuestra
oración. Luego San Pablo nos ha recordado que somos templos, donde habita el Espíritu
de Dios; templos de columnas espirituales, más sólidas que las hechas de piedra
y mármol. Templos, además, indestructibles, pues los sostiene el mismo Dios.
Para concluir con el mandato de Jesús sobre el amor extremo: «Habéis oído que
se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os
digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad
por los que os persiguen y calumnian». Y está todo dicho; luego, todo depende
de la gracia y de nuestra voluntad de cumplir el mandato del Señor. Más tarde, hemos
comido el mismo pan. Toda familia, en la mesa, come de los mismos manjares y
del mismo pan. Puesta, pues, la mano, cada cual ha recibido su parte, que ha
llevado a la boca, gustando así a Dios. Dios, que tiene sabor a paz, a gozo, a
amor que se saborea, y, a causa de este amor, a felicidad. Plena. Nada hay igual,
Diario: comer el pan de la eucaristía es distinto (20:27:10).