4 de febrero de 2014. Martes.
BULLICIO
San Blas, icono ruso s. XVII. F: Wikipedia. |
-Ayer fueron San Blas, la liturgia y el predicador. Un esquema de santidad,
de celebración y de alabanza al proyecto que, nacido en el evangelio, aún sigue
siendo atrayente para aquellos que buscan luz y no quieren ir a ciegas por la
vida. El evangelio es un proyecto de vida iluminada e inacabable. San Blas,
santo, era un armenio, de Sebaste, territorio turco ahora, que, en el siglo IV
y en la persecución de Licinio, emperador de Roma, fue martirizado por
Agrícola, gobernador de Capadocia, pasando así a engrosar el número de los testigos
de Jesús de Nazaret. Ser testigo implica dar la vida, ser mártir, si así lo
exigen las circunstancias. Es un santo con fama (en el buen sentido de la
palaba) de milagrero; es decir, autorizado por Dios, mediante signos extraordinarios
(curar enfermedades, por ejemplo), para hacer el bien; signos estos cuya fuerza
les venía del mismo Dios. Dios, pues, en la trayectoria de Blas, el obispo,
para dar salida a su afán de caridad, de amor a los demás. La liturgia celebra; es decir (y según la definición
del Diccionario), conmemora, festeja, aplaude, reverencia, venera; es más: la
liturgia, celebrando, trata de imitar lo que celebra. Imitar, o poner ante la mirada
la vida valiosa de otro, para asimilarla y recrearla. La imitación de Cristo
consiste en esto: en contemplar y vivir de tal manera que se te vea revestido
de Cristo. Irradiando evangelio. Y el predicador: con unos pelos rebeldes y
dispersos, ralos, en su casi calvicie de casco prusiano, que diría Umbral, vibrante
y con palabras de invitación a la fiesta, pues así debiera ser la celebración
de la santidad, festiva y hasta amiga del bullicio. Fiesta, o preludio de lo
que será el cielo, decía él; y así es, Diario, o así debiera ser (20:04:42).
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