8 de febrero de 2014. Sábado.
LUZ Y SAL
Luz, en el jardín. F: FotVi |
-Y de pronto, después del golpe, la luz: ¡tengo ideas!, me he dicho; o,
al menos, una: la idea de que tengo ideas. O eso creo. Las ideas son como las
motas de polvo, que, con un ligero soplo o una pasada de cepillo, se van.
Apenas pesan, son como la levedad de la sonrisa de quien llora. Por eso, cuando
surgen, hay que atraparlas sin tardanza. ¿Inspiración e ideas? No son lo mismo:
las ideas se posan, aunque sea un instante; la inspiración es un destello,
surge y alumbra, y pasa. Posar y pasar, destino de unas y otra. Acabo de releer
una vez más al profeta Isaías y al evangelista san Mateo y ambos hablan de luz;
san Mateo, además, habla de sal. Usan la metáfora para dar forma a sus ideas. Un
modo de revestir la idea para que sea entendida, y gustada. El fondo y la
forma, que, en este caso, logran, además de «el objeto estético», que diría
Hegel, también el objeto evangélico y
didáctico, consistente en dar cauce a una enseñanza y a una verdad. Jesús y los
profetas hacían metáforas para enseñar verdades; o eso les parecía tanto a
ellos como a aquellos que les oían. Jesús y los profetas usaban la belleza de
la metáfora para dar a entender la belleza de lo que decían. La luz, como realidad
que orienta, es empleada en este caso
por Isaías y por Jesús. ¿Y en qué consisten las «obras luminosas» de las que
hablan Isaías y Jesús? En partir y repartir tu pan con el hambriento, dar
cobijo al pobre (los inmigrantes subsaharianos de Ceuta, por ejemplo), y no
encerrarse en uno mismo (egoísmos, o miradas al ombligo), dice Isaías. Y la
sal, la que da sabor, hace sabroso el bocado que se gusta, da excelencia al
mensaje. Ser luz y sal, Diario, y echarse a andar así por el mundo de la fe,
con los obras de misericordia como iluminación y sabor de esta misma fe (19:47:05).
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