11 de junio de 2020. Jueves.
CALLAR
Llora el cielo. Torre de la Horadada. F: FotVi. |
-Tengo miedo, no de los que censuran, critican, o advierten,
sino de los que, mientras se hunde el barco, siguen en la orquesta tocando
melodías extrañas. O bien por interés, o bien por odio, o bien por
despreocupación, no se enteran. Como en el juicio de Jesús de Nazaret, lo peor
no eran los que gritaban, sino los que callaban. Unos días antes, Jesús era aclamado
en su entrada a Jerusalén; y unos días después, lo condenaban. Yo me pregunto: «¿Dónde
estaban los de la aclamación y el «hosanna»?» El día de la condena no se
oyeron. O gritaban «¡crucifícalo!», o lloraban, o simplemente callaban. Se
trataba de una admiración o amor mudos, afónicos; o de odio, que contagia más
que el amor; o de desidia, que todo lo torna gris, acuoso, sin contenido. Yo
les diría a políticos, periodistas, contertulios, intelectuales, clérigos, que
mediten sus palabras, que las contemplen, no solo en sus mentes privilegiadas, sino
actuando en las de las gentes sencillas, las que consiguen en el trabajo el pan
de cada día, y hacen familia desde el amor más respetable y comprometido. Que los poderosos hagan avanzar la historia, sí, pero sin soflamas incendiarias, sin sacar a
relucir el hacha de guerra: que enciendan, más bien, la pipa de la paz. En la que se construye, se avanza, se puede soñar. Que no nos
quemen el arroz, Diario, que a la inmensa mayoría nos gusta un poco acuoso, con
unas gotas de limón, y, a lo sumo, untado con alioli, aliñado (18:49:46).