30 de noviembre de 2014. Domingo.
CRUCE
DE LLUVIAS
Alivio, en el jardín. F: FotVi |
-Hoy domingo, el cielo me ha hablado de lluvias, pero no las ha dejado
ir. O las ha dejado ir a cuenta gotas. Que caiga la lluvia es terrible, pero es
peor que no caiga. Si cae mansa o como un posarse de rayo de Luna en la tierra (que
diría el romántico), es bueno. La lluvia desmandada, brutal, es peor que una
estampida de toros o de abejas. Y aun peor que la estampida de un grupo de intelectuales
(aunque sean teólogos) desmadrados. Esta mañana he celebrado misa, bajo un lloviznar
constante. El techo del templo nos tapaba. (Hoy no se han oído los pájaros que
se oyeron el domingo pasado). He rezado con los fieles, y, me he dicho (con
ironía, quizá): «Nosotros lloviéndote de palabras, Señor, y tú lloviéndonos de
lluvia»; un bien sube y otro baja: uno terrenal, celeste el otro, ambos encomiables.
Preguntándome al punto: «¿En qué lugar del espacio se encontrarán lo que sube y
lo que baja, confundiéndose ambas lluvias, mojándose ambas lluvias de gracia?» Gracia
terrenal lo que subía y gracia celestial lo que bajaba. Y seguí: «¿Se habrá
detectado en algún observatorio terreno o celeste el momento del encuentro? ¿Habrán
saltado chipas?» Hasta que llegó el tiempo de hablar, y de consagrar, y de compartir,
y de bendecir; todo, una hermosa lluvia de palabras surcando los espacios, para
el encuentro con la otra lluvia que es cielo en la tierra, cielo que se hace alivio
para la sed, Diario, aun en el desierto (21:05:12).