domingo, 4 de octubre de 2020

4 de octubre de 2020. Domingo.
ASÍS ES FRANCISCO

El hermano sol, cerrando el día.  Murcia. F: FotVi.

-En San Francisco de Asís, la humildad  y el amor se hacen pobreza, poesía, santidad. Francisco, distraído de Dios y frívolo en su juventud, se detiene un tiempo en la contemplación, y en ella percibe a Dios que le señala el camino a seguir: la pobreza, como peldaño inicial para dar con el Señor de todo lo creado. O la verdad evangélica de la pobreza: hacerse pobre con el pobre, donde se encuentra Jesús, con frío y hambre de pobre y al que tú cubres y le das el trozo de pan que él mastica con el indigente. Y es ahí, en la penuria –en la furia de la pobreza–, donde halla la bondad y la seducción de las cosas del universo. Da con la convulsión –la sacudida–,  que es la poesía. Todo –como el destello de un relámpago– se hace motivo de alabanza, de loa, para su Señor: «El hermano sol, que abre el día…, y lleva por los cielos noticia de su Autor». Y la hermana luna, y las estrellas, y el agua, «útil, casta, humilde», y el fuego, y la «hermana madre tierra…, que da las hierbas y los frutos y las flores… y nos sustenta y nutre», y los «que sufren en paz con dolor», y aun «por la hermana muerte». Y acaba su himno de alabanza con un final sinfónico, de agua y luz, espléndido: «¡Criaturas todas, load a mi Señor!» Y de ahí, de la pobreza y la poesía –con dificultad de hombre siempre– a la santidad. A dar con Dios, Diario, donde se hace eternidad lo santo, lo justo, la admirable: el Amor (13:18:47).

sábado, 3 de octubre de 2020

3 de octubre de 2020. Sábado.
SOLEDAD ACOMPAÑADA

Surge la esperanza, como grito, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi 

-Ayer, un cielo pesado, terroso, gris, y hoy, un cielo de resurrección, azul y florecido, generoso. Una buena señal: vuelan en racimos las palomas. Sus vuelos dan en mis ojos y los llenan de alegría, los liberan; mis ojos vuelan con sus vuelos: se mantienen en el aire, en la esperanza. Y zurean. Por fin ha llegado el otoño: me veo bien vestido, con bata y calcetines, y el calor me resulta grato, no molesta. En casa, sin mascarilla, pero con batín: te obliga la vejez y el fresquito, ambos de la mano. El frío y la vejez, y la soledad: los tres demontres –o ángeles rebelados– que afligen al que se adentra en años. De los tres, el que más duele, el que más se llora, es el de la soledad, por inesperado, por inhumano, porque te creías amado y descubres la verdad: nadie te ama. La soledad es el resultado del egoísmo y de la falta de complicidad de uno en los asuntos del otro. Si partimos el pan y alargamos la mano y lo damos al otro, estoy poniendo encima de la mesa, con el pan y las miradas, mi inclinación por la amistad, por la vecindad, aptitudes estas rotas por las distancias y los aislamientos que ha favorecido la pandemia. Pero como decía el gran poeta romántico Bécquer: «La soledad es muy hermosa…, cuando se tiene a alguien a quien decírselo». Es la soledad acompañada –la soledad con Dios–, con la que respira y cuenta el creyente. Soledad, Diario, en la que puedes reclinar la cabeza y descansar, como el niño en el regazo de su madre, y llorar con ella, y reír, y soñar, sin miedos, con ella (11:48:52).

viernes, 2 de octubre de 2020

 2 de octubre de 2020. Viernes.
VERSOS QUE SANGRAN

Paisaje teñido de silencio, camino de Madrid. F: FotVi

-Leo la prensa, miro al cielo, y veo todo nuboso, respirando barro, enlutado de tristeza. No hay alegría en el paisaje. Los pájaros –mi júbilo– han callado. Como diría Leila Guerreiro, escritora argentina: «La ciudad está envuelta en una luz puritana, de lentitud enferma». Todo se ha afeado con el coronavirus, hasta las conciencias. Conciencias torvas y con mascarilla. Los intereses creados y la mentira son el catecismo que mueve a nuestros dirigentes y que desorienta a los «españolitos», de a pie. «Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza, / entre una España que muere / y otra España que bosteza». Antonio Machado: el poeta de los versos rotundos y proféticos, versos que aún hoy sangran. Los creyentes nos agarramos a Dios, los agnósticos a la lotería; es decir, a la suerte. Pero no hay destino que no sea consecuencia de nuestros actos. Decía Cavafis, poeta griego: «No encontrarás nuevas tierras, no encontrarás otros mares. / La ciudad te seguirá. […] Así como has destruido tu vida aquí, / en esta pequeña esquina, la has arruinado en el mundo entero». Destruyes a Dios –intelectualmente y en la vida de cada día– y luego quieres ver la Luz. El color greda lo llevamos con nosotros allá donde vamos, y luego nos quejamos de no ver la claridad. Sin embargo, yo, Diario, sigo dando –con Dios en la boca– en las puertas de la esperanza (17:53:37).

jueves, 1 de octubre de 2020

1 de octubre de 2020. Jueves.
INOCENCIA

La inocencia en el Belén. Murcia. F: FotVi

-Hablo de la inocencia inteligente, la de los altos vuelos, tan altos, que, aun con los pies en la tierra, llega a tocar los cielos. De la inocencia que lleva el cielo dentro, como la semilla lleva en su interior el árbol y el fruto, y las ramas donde anidan las aves y desliza sus músicas el viento. De la inocencia que respira cielo, y se le nota, aun sin decirlo; cielo en la mirada, en las manos, en las palabras, y en los silencios que dejan las palabras tras ser dichas: como el cometa deja su estela de luz, que reluce en la noche. Hablo de Teresa del Niño Jesús, sabia y niña, y santa. Con un afán confesado: serlo todo en la iglesia: apóstol, profeta, doctor, mártir. Hasta que leyó a San Pablo (1ª Corintios) y supo que «el ojo no puede ser al mismo tiempo mano», ni la luz oscuridad, ni el ruido contemplación. Pero esto, dice, no era suficiente «para satisfacer mis deseos y darme la paz». Siguió leyendo y descubrió «que los mayores dones sin la caridad no son nada». «Y en la caridad descubrí –dice– el quicio de mi vocación». «Reconocí y me convencí que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo». Santa Teresa de Lixieux, la niña –falleció a los 24 años– que quiso ser mártir y lo fue –murió de tuberculosis–, pero palpando, desde el amor, el misterio de Dios, en el que hace su vida –de Amor– Dios (11:39:08).

miércoles, 30 de septiembre de 2020

30 de septiembre de 2020. Miércoles.
HILO DE TELA DE ARAÑA

Hilo de tela de araña, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Fin de mes; fin de trimestre; y sigue la pandemia. Siete meses a las órdenes del covid 19: espada de Damocles sobre nuestras cabezas. (Cicerón). Espada sostenida por el hilo tenso y frágil de una crin de caballo –la gota de saliva que nos salpica, el saludo afectivo sin la debida distancia, una celebración familiar–, cualquier cosa puede ser esa crin –hilo de tela de araña– que se quiebra y nos mata con su espada. Terriblemente, sin piedad, sin mirarnos a los ojos, único lugar donde se puede traslucir lo que siente nuestro corazón: el dolor, los miedos, nuestras esperanzas. Entretanto, el sol ha salido, una mariposa ha zigzagueado en mi ventana –me roza la esperanza–, y puedo leer a Unamuno en su libro de poemas El Cristo de Velázquez. Donde dice: «Nos bañamos en Ti, Jordán de carne, / y en Ti de agua y espíritu nacimos». Todo nace y renace del agua: la vida, el destello del pez. Y de la fe, en la que se vislumbra a Dios. El agua es vida, y la fe, Vida divina. Cristo en la cruz, Diario, es el Jordán de carne triturada en el que nos bañamos, mientras nos envuelve –liberada– la vida sin espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas; es decir, la Vida de Dios (11:52:22).

martes, 29 de septiembre de 2020

29 de septiembre de 2020. Martes.
SIN RASGAR EL AZUL

El arcángel de la Anunciación, ante María. Catedral. Murcia. F: FotVi

-Hoy es el día de los ángeles –arcángeles– que «asisten a Dios», directamente. San Miguel, San Gabriel, San Rafael: los mensajeros de la transparencia, de la nitidez, de lo intocable. Son, como Dios, espíritus. Ellos abren los silencios de Dios a los hombres y los traducen en palabras. Sus nombres dicen lo que son: su naturaleza, su esencia. Miguel significa: «¡Quién como Dios!». Grito este de lucha espiritual, contra el Malo, Luzbel, sin armas, solo con la espada del pensamiento, como el de las ideas antes de ser palabras. Y Gabriel: «Dios es fuerte»; él es la «fortaleza de Dios», que siempre anuncia, como enviado, cosas maravillosas. Trae y lleva desde el cielo –sin rasgar el azul– buenas noticias. Anuncia al anciano Zacarías el nacimiento de su hijo, Juan, que será profeta del Mesías, y a María –«No conozco varón», dice ella–, que será madre del Hijo de Dios. Él trae el anuncio de Dios –«Serás Madre»– y vuelve con el «Sí» de María: «Hágase en mí según tu palabra». Y Rafael: «Medicina de Dios», el que guía a Tobías en sus viajes hasta encontrar esposa. Y el que sana de sus enfermedades a Tobit y a Sara, padre y esposa de Tobías. Es, además, patrón de los médicos, los que auscultan con amistad, los que curan, los que recrean la vida que Dios da. Yo creo, Diario, lo dicho por Fernando Arrabal, dramaturgo: «Los arquitectos crean ciudades, los ángeles, bosques». En un mundo hostil, bosques de santos, espíritus justos, testigos de la fe (13:23:23).

lunes, 28 de septiembre de 2020

28 de septiembre de 2020. Lunes.
TELE-VISIONES

Oyendo los silencios de Dios, tras los ojos cerrados. F: Alfa y Omega

-El sol, tibio –apenas quema–, asoma por el horizonte glorioso y encendido, como una llama sin fuego, como si solo viniera a animar el paisaje y a invitar a las palomas al vuelo. Y vuelan las palomas. Se oyen las máquinas de la limpieza y el silencio que van dejando tras sí las escobas de los limpias, los olvidados, aunque siempre estén presentes en la luz y esplendor de la ciudad. En su nitidez. El coronavirus, cada mañana, como el sol, hace su recorrido –angustioso y triste–, por radios y teles. (Visiones. Tele-visiones). Esta carcoma de la vida anda de boca en boca, como una estrella de rock con guitarra desgarradora y cínica: rompiendo oídos y acelerando miedos. Sin embargo, el silencio de la oración no se oye. Queda en los ojos que se elevan o en las manos que se juntan, mientras se doblan las rodillas. Según el medio de comunicación que elijas, así cantará el gallo: o con el Régimen o con la Libertad. Las diatribas no siempre van en la misma dirección: dan en el azul o en el rojo, aunque las haya leales a la verdad, sin ataduras ideológicas o de peculio. La libertad no se vende ni se compra. La indignidad, sí. Esta mañana, Diario, cerré la tele y abrí El Libro de las Horas, para rezar y beber en su Sabiduría, y, de pasada, darme con Dios y tratar de entreabrir un poco sus silencios, y ver si en su Cruz se percibe –aunque sea de lejos– nuestra cruz (18:26:11).

domingo, 27 de septiembre de 2020

27 de septiembre de 2020. Domingo.
CLARIDAD

Emigrantes a Egipto, Jesús, María y José. F. Googel

-Hoy domingo –sin olvidar las cosas de este mundo, cosas que toco y lloro, y por las que a veces rio– me centro en Dios, que está en los cielos y que nació en Belén. El Cielo, del que venía, lo llamó Emmanuel (profecía de Isaías), y la tierra: «Dios-con-nosotros». Y no es que Dios, en un viaje alucinante de ida y vuelta por las estrellas, vaya y venga según le plazca, sino que, sin tener que irse ni volver, siempre está aquí y allí, como un Sol bondadoso de justicia, que, aunque se oculte en el ocaso, continuamente anda iluminando y dando calor, desde su órbita celeste, a todo lo creado: átomo u hombre, galaxia o luciérnaga. Lo anunció Malaquías: «Mas a vosotros, los que amáis mi nombre, os nacerá el Sol de justicia; y, en sus alas, traerá la salvación». Hoy, Jornada Mundial del Migrante. Día del que, como la uña de la carne, se desgarra de su tierra, de su casa, el que emigra y sale en busca de pan, de paz, de libertad, de aires nuevos en los que poder respirar y soñar. ¡Qué hermoso es, para el que emigra, poder silabear pan, paz, libertad! Dios también fue migrante: del cielo a la tierra, y, ya en la tierra, de Belén a Egipto, y, luego, vuelta a Belén, donde se hace maestro en carpintería y en dialogar con su Padre. Y, al fin, luego de la muerte en cruz –la más terrible emigración: bajó a los infiernos– y su resurrección, de nuevo al cielo, sin irse de la tierra, quedando en su Palabra, que es verdad y vida. Palabra en los que muchos habitamos. Y por la que podemos existir y deletrear amor, libertad, alegría, sin dejar de caminar, Diario, y sin que se marchite la esperanza en la vida futura: o vivir en la claridad de Dios (13:12:00).

sábado, 26 de septiembre de 2020

26 de septiembre de 2020. Sábado,
LOS QUE VIENEN DETRÁS

Todo queda en ruina, si no hay paz. Cesarea Marítima. Israel. F: FotVi

-Rezo para que, entre todas las palabras, pueda decir, sin trabarme, amor: sin que la lengua se me haga un trapo, un lío. Y que en vez de amor, pueda decir ira, o arco con flechas, o simplemente desafecto. O la más terrible: guerra. Tengo miedo por la guerra que empieza a perfilarse en este país de conflictos. En las guerras, primero se incendian las palabras, y, luego, los arcabuces que maneja el odio. «¡Señor, que pueda decir amor». Es la petición, que cada día –y como el «Señor, ten piedad» de las letanías– más me acude a los labios. Como al pájaro el canto o al silencio sus ruidos interiores. Es mi despertar y mi sueño, mi invocación de andar por casa. Tengo miedo, no por mí, que estoy tocando ya el ocaso, tan bello –mirad cómo caen las hojas de mi árbol–, sino por los que vienen detrás –Candela, los niños de su cole, los demás niños de esta tierra, tan llena de coces y trincheras, y en la que alguna vez se hizo la Paz y se vivió en ella, progresando, felices–, que recogerán, como fruto yermo, lo que nuestras arbitrariedades y torpezas les dejen. Niños de este país, tan hermoso en paisajes y vidas nobles, rezo por vosotros, para que no caiga sobre vuestras cabezas la maldición de Caín: la de la lucha entre hermanos: el desplome del cielo sobre la tierra. Que no se pueda decir, Diario, aquello de Jardiel Poncela, dramaturgo: «El que no se atreve a ser inteligente, se hace político», matando así todo atisbo de sabiduría, de sentido común, de altura de miras. «¡Señor, que pueda decir amor» (12:07:01).

viernes, 25 de septiembre de 2020

 25 de septiembre de 2020. Viernes.
EL GRAN DRAMA

Esclavos de las pandemias, pendientes del Amor. F: Ecclesia.

-Si digo Amor, estoy diciendo Dios. Se trata solo de un intercambio de palabras. Dios y Amor coinciden en número de letras, y en el significado de sus contenidos. Si digo Dios, estoy diciendo Amor, y si Amor, se me aparece entre los labios la invisible realidad de Dios. Dios y Amor, pues, aleteando en mi boca, como el verso de un poema o el pan que mastico. Dios es el pan espiritual recién horneado que cada día yo muerdo para mantener en forma mi espíritu. Andaba yo en estas consideraciones –tan de Escritura, tan de teología– feliz, cuando se me ha hecho presente el gran drama de la pandemia en España y en el mundo. Teología del sufrimiento. Me lo ha recordado la lectura del Boletín de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Leo: «Por primera vez, muchos hemos compartido en nuestras carnes el dolor, el miedo, el sufrimiento y la incertidumbre con tantos hermanos nuestros que arrastran desde años otras pandemias como el ébola, la guerra, la injusticia, la pobreza o la persecución. Y ahora, el coronavirus». Tras leer esto, que me ha conmovido, han tomado más fuerza las palabras Dios y Amor; o el Amor del buen samaritano Dios. Un sacerdote venezolano –la mano samaritana de Dios– advertía: «O nos mata el virus o nos mata el hambre». Luego añade que, en su oración, «pelea con Dios». Qué bonita expresión: «Pelear con Dios», o pedirle su intervención con lágrimas en los ojos y los puños cerrados; y añade: «pero la fortaleza viene de Él». Y es que, Diario, si digo Amor, Piedad, Samaritano, estoy diciendo Dios (13:09:18).

jueves, 24 de septiembre de 2020

24 de septiembre de 2020. Jueves.
MÚSICA Y ACORDE

Oyendo la música de Dios, en la cascada. De la prensa.

-Vino la música, y elevó la oración. La sacó de su monotonía y la agitó con pentagramas, corcheas, belleza. La oración, que ya era música, se hizo así variación, algarabía de notas, armonioso acontecimiento galáctico. La oración abre sus alas y, en la música, vuela, y su vuelo no tiene fin, cruza espacios, la infinitud, hasta dar con Dios, que hace su Vida en el Acorde de la Trinidad. O Dios en el Amor, sonido de existencia, de presencia. «Tres personas y un Amado / entre todos Tres había», canta San Juan de la Cruz. En el principio, Dios hizo la música: ¡creó el universo! Música sin acorde aún. ¡Luz dispersa! Dejó sus notas musicales desparramadas en las aves, las selvas, las estrellas, las cumbres, el mar, la Palabra. Dejó sin acabar el gran acorde total, que, inspirado por el mismo Dios, reuniera todas las notas de cada una de las fracciones en que estaban divididas y las acoplara, las ajustara, como la Trinidad de Dios su hace Uno en el Amor; es decir: hiciera la música de las cosas partitura, conjunto armónico, inmortal sinfonía, concierto. Las palabras, pues, en la oración y el amor, con la música, se hacen acorde, coral, se engalanan de gozo, y bendicen, y ruegan, y cantan en los labios y se hacen danza en los pies, e introducen emociones en el corazón. Dios crea –y recrea– desde el Amor. Y, desde el Amor, Diario, compone la música de las cosas, oración volátil, melodías inacabadas; melodías que más tarde el hombre ordena, ajusta, y las convierte en Acorde trinitario de Amor al que vislumbrar y cantar, rezando, haciendo arpegios con el corazón (12:24:19).

miércoles, 23 de septiembre de 2020

23 de septiembre de 2020. Miércoles.
EL VIRUS Y LA POLÍTICA

Creían que no se contagiaba, los políticos. El País. 

-Duermo bien, y me da miedo despertar. Todo está embarrado, emborronado, una vez más, de pandemias: la viral y la política. Despiertas y te metes en el fango y el tizón, la ceniza, del virus y de lo político. El virus no da tregua. Se extiende como una mancha de aceite perversa y airada, aniquiladora; y la política, que, en vez de mirar al virus para destruirlo, o contenerlo, se mira el ombligo, y se complace en sus errores; errores que, al darse cuenta de que lo son, en menos que cae una hoja del árbol, los carga, sin pudor, sobre la espalda del adversario. Los políticos se tiran, como confetis, pifias y yerros, atrocidades. Las malas aves nos persiguen. Menos mal que, al despertar, y después de los miedos, leo la prensa y descubro que no todo es malo en el mundo, que hay luz en muchos ojos, y miradas limpias, y corazones que laten bondad y destellos sin sospechas. Leo en ABC: «Italia acogerá a 300 refugiados de Lesbos a la iniciativa de un Movimiento Católico, la Comunidad de San Egidio, en Roma». Dios nos deja su bendición con acciones solidarias y radiantes como ésta. Lo que la política nos quita por un lado, Dios nos lo da por otro; Dios, el que cada día da de comer a los pájaros, que, agradecidos, cantan y honran al árbol –y a Dios– con sus himnos (11:20:47).

martes, 22 de septiembre de 2020

22 de septiembre de 2020. Martes.
EL OTOÑO

Hojas en la tierra: vuelven a su raíz. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Ayer me metí en filosofías, hoy anuncio una buena anoticia: ha llegado el otoño. Aunque con el virus y la zozobra de su poder en alza. El virus –desde hace meses– reina en el mundo, coronado de maldad y dientes largos, como los del lobo que masticó a Caperucita. Pero el otoño es la liberación del verano, lo calma, lo endulza, lo tiñe de candor. En otoño caen las hojas: la alegría y la belleza del árbol pasan a ser alegría y belleza en la tierra. Los árboles se desnudan y la tierra se viste con ropajes de primavera, pero ropajes dorados. El otoño rebaja la soberbia del verano, le quita espuma a su cerveza. Lo que me ha hecho pensar: «En el otoño de la vida, empieza la primavera de Dios». En Dios, todo, y siempre, como Origen y Aliento de las cosas está rebrotando, retallando: la luz –«hágase la luz»–; la vida –y Dios se dio como exhalación–; el amor –envió su Hijo al mundo–; y la eternidad –la promesa–. En Dios, y a cada momento, como un incendio alentado por el viento, están renaciendo, resucitando las cosas; y esa es la razón, Diario, por la que un servidor ama y festeja estas cosas, que viven en ese soplo –palabra– de Dios, en continua creación (11:57:45).

lunes, 21 de septiembre de 2020

21 de septiembre de 2020. Lunes.
MATEMÁTICAS DE DIOS

Movimiento continuo, en el avión. Viaje a Alemania. F; FotVi

-Si lees a un filósofo ateo, agnóstico, te dirá que Dios ha muerto, Nietzsche. Sin embargo, otro filósofo, Newton, decía que «Dios explicaba la existencia del movimiento en el mundo». Y Richard Feynman, premio Nobel de Física, decía: «El universo se rige por reglas matemáticas y esto es un misterio, una especie de milagro». En el universo, pues –(galaxias –racimos–, estrellas –miríadas–, mundos – infinidades– y un planeta, único, azul y con vida, la Tierra) entran las matemáticas: un dedo divino escribe en la pizarra del infinito y crea las ecuaciones algebraicas, las potencias y raíces, la inmensidad del enjambre del cálculo, que va resolviendo incógnitas y haciendo que surjan otras, y todo, dentro de un orden, invariable, lógico, que hace que todo se mueva según las leyes preestablecidas. Es el misterio, el milagro, al que la ciencia no ha sabido dar respuesta. La ciencia, que un día dice esto, y al siguiente, lo otro. No está segura de los números que hace, porque antes o después, estos números chocan con el orden del universo que sí está reglado y numerado según una inteligencia –las matemáticas de Dios –superior, y se deshacen. Y es que como decía Kierkegaard: «La fe no contradice el conocimiento, va más allá del conocimiento». El cristianismo es luz, que a veces, Diario, se oscurece, hasta lastimar la fe del creyente, que palpa y no toca, que habla y sólo le responde el silencio, o las matemáticas de Dios, que, sin embargo, brillan –y hablan– en los cielos, y hay que entender su lenguaje (2:31:09).

domingo, 20 de septiembre de 2020

20 de septiembre de 2020. Domingo.
LA VIÑA

Tierra, viña, trabajo, salario. Torre de la Horadada. F : FotVi

-Esta mañana, como un destello, como un hallazgo de luz derramándose, me han llegado las palabras de Jesús: «Venid a trabajar a mi viña». En la misa. No sé la hora: si me llamó de los del principio o de los últimos. Yo sé que me llamó y respondí, como el silencio llama al recogimiento, a la contemplación. Y luego me pagó con el denario -el salario- de su gracia, del que aún vivo. Y que, desde entonces, me alimenta espiritualmente. Poniendo vuelos en mis ojos y en mi corazón. Ha habido veces que he pretendido salirme de ese salario de gracia, y me ha ido mal. Hasta que supe por San Agustín, que el «salario de Dios es la justicia». La justicia, o la mentira del hombre –el político, el arribista, el ladrón– y la verdad de Dios. Dice la Escritura que el justo vive de la fe. Y sigue San Agustín: «Te pregunto si crees. Dices: Creo. Haz lo que dices y tendrás fe». Porque las obras, aquello que haces, el pan que pones en la mesa para que todos puedan partirlo y comer, el agua que dejas en los labios del que tiene sed, son la irradiación, lo que se ve y se toca de la fe. La fe no solo son palabras, Diario, sino también, y sobre todo, salario, jornal, amor, justicia, que dan y dignifican la vida (13:15:00).

sábado, 19 de septiembre de 2020

 

19 de septiembre de 2020. Sábado.
GRITO DE URGENCIA

Pescando luz, en el mar. Lo Pagán. F: FotVi

-Después de haber vivido un día de color borroso y mojado, triste, pandémico, se nos abre un nuevo día luminoso de sol y azul, radiante, que nos llama a la vida. Día que aletea en nuestros ojos y en nuestro corazón, y nos dice que la vida solo dura un pequeño trecho –hermoso– y que la muerte es para siempre. Día, pues, que nos invita a vivir, con mascarilla; pero a vivir. Con el sol y el azul, y la cautela, en una mano, y Dios y su bondad, en la otra. Manos que, sin embargo, no estarán niveladas. Dios pesa más que el sol y el azul, más que la cautela y la pandemia. Yo, en este día, para elevarme, para ascender en la fe, para poder tocarla, me arrodillo y bajo a la humildad, y, desde esta, ruego a Dios y a la Medicina que alcancen a entenderse, que lleguen a un acuerdo, de amor, por el mundo. De progreso en la ciencia. Pido que Dios extienda su brazo y agudice la sabiduría del sabio, su microscopio, su visión de lo invisible; que el sabio dé con el virus, lo aísle, invada sus entrañas, llegue a su corazón maligno, y lo pueda transformar en vacuna de salvación. Y porque espero, pido, suplico, solicito a Dios, con un grito de urgencia, con un grito humedecido de lágrimas, que ayude al sabio, al epidemiólogo, que sople en su sabiduría y que, de este modo, lo ilumine, para que dé con la receta que anule la pandemia; que pueda, Diario, al fin, alegrar el sufrimiento, redimir la angustia, y, conmovido el mundo, reír con risa nueva (11:45:27).

viernes, 18 de septiembre de 2020

18 de septiembre de 2020. Viernes.
OJOS DE NUBES

Llora el paisaje, lagos de Plitvice. Croacia. F: FotVi

-Por fin el verano inclina el vaso y se derrama: nos llueve, nos bendice. Si la lluvia no se excede en Los Alcázares, en San Pedro del Pinatar, en el entorno del Mar Menor, será bendición, si no, desgracia, un lamento verde y sucio. De un tiempo a esta parte, el Mar Menor ha sido golpeado y hostigado por multitud de enemigos: juro y digo con solemnidad que los peces son inocentes. Los enemigos le vienen de fuera, como el coronavirus que nos azota, que nacido en Wuhan y paseando su exterminio por todo el mundo, ha venido a asentarse en España, como un veraneante más, excepcional, despótico. En cualquier minuto, piensas que el virus puede llamar a tu puerta, y te recorren todos los miedos, que empiezan por la espalda. En la que un sudor frío avisa del peligro, hasta helarte el corazón y la razón. Con la lluvia, el cielo ha descendido a la tierra, y, con el cielo, Dios, que, en forma de gotas de agua, alimenta las raíces del árbol, se hace río, y luego mar con peces y nieve en el crudo invierno. (Perdonad, pero yo veo a Dios en cualquier cosa, sea junco o galaxia, alegría o dolor, pasión o belleza. En donde no está Dios es en la maldad del hombre, que es obscena: con sus terribles demonios, irascibles y soberbios, destructores. Pero sí –ejemplos– en la música que sale de la trompeta de Louis Armstrong –jazz–, o en la nariz de Pinocho, en la que se refleja lo que es la humanidad: debilidad y grandeza, poesía y «madera de temblor», que se alarga al mentir). Llueve leve, como un llorar del cielo que se desborda de sus ojos de nubes, y, de este modo tan sencillo, Diario, canta el otoño su himno anual del declinar de la vida, y a Dios (12:12:58).

jueves, 17 de septiembre de 2020

17 de septiembre de 2020. Jueves.
¿DÓNDE ESTÁ TU YO?

Fractura y caída del yo. El País. El Roto.

-Hoy en día se nos podría preguntar: «¿Dónde está tu yo?» El yo del hombre de después de la pandemia, es como el humo de un cigarrillo en los labios de un fumador, se deshilacha, se desvanece. Te envuelve el rostro, goloso de ti, y al momento queda en nada. Aquello de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia», ha quedado en: «Yo soy y yo, sin circunstancia». El «yo soy yo» se está muriendo, sin asideros, sin otra calle por la que tirar. Esta pandemia nos ha descubierto la fragilidad insolente y lacerante del ser humano. Ni la belleza de un vaso griego es tan quebradiza, tan insuficiente, como lo es el barro arcilloso y ególatra del que está hecho el hombre. Con pegamento y la delicadeza de unas manos hábiles, la vasija griega se puede recomponer. Pero el ser humano, si no es desde la humildad; es decir, desde su posición de criatura que piensa, se equivoca, rectifica, abre utopías, se da de bruces con la realidad, empieza de nuevo, y así hasta subir y tocar las estrellas, y besarlas, pero no como un Zeus Olímpico, sino desde el estudio y el esfuerzo, desde el humanismo y la libertad, desde la justicia y la verdad, desde la ciencia liberada y caído de su pedestal idolátrico, de su peligrosa autosuficiencia, no se podrá reconstruir. Y, alguna que otra vez, también rezando, sin complejos ni miedos oscuros, con la oración en los labios y el fuste de la fe subiendo como columna por la esperanza, como un géiser eléctrico. Hasta dar con el Más Allá. ¿Que dónde está nuestro yo, Diario? Tratando de encontrar la humildad, que reconstruya la vasija y le devuelva su original y radiante belleza (11:29:33).

miércoles, 16 de septiembre de 2020

16 de septiembre de 2020. Miércoles.
¡UF!

Un amanecer turbio, aunque luminoso luego. Murcia. F: FotVi

-Parece como si el día se tapara: sale de la noche cubierto de nubes, vestido de un marrón sucio, embarrado. Es el color de la política. Por su degradación, la política huele a fosfina, a ajo. Detestable olor, como el de la atmósfera en Venus. En España huele parecido, o a más asco. Aunque luego sale el sol y lo llena todo de pájaros y de diafanidad. Se aclara lo oscuro y pestilente, y abre sus alas la esperanza. Dios, en la luz, se hace transparencia. Y como en el concierto de Vivaldi, Las cuatro estaciones–, tras la tempestad, llega la calma. Y, en esta calma, se hace la vendimia, y el vino y el baile corren, y el gozo acaba en un dulcísimo sueño. Así es la vida. Primero, la suave primavera, donde todo es flor, resurrección, retorno; luego el verano, bronco y solemne, frutal; y el otoño, remolón y nostálgico, melancolía, y, por fin, el invierno, donde el frío y el vaho tiritan, y la Navidad, en la que se nos da la noticia de que el Verbo de Dios se hace carne y cercanía para el hombre, y villancico, poema. El Gobierno –éste que nos desgobierna y divide– trae, como asignatura obligatoria en las escuelas, Memoria democrática. Ya el título me sabe a República Democrática Alemana: suena mal al oído. ¿Democrática? ¿La Memoria histórica a la que sustituye no era democrática? Esto huele como la atmósfera de Venus, Diario, a ajo, a podrido. ¡Uf! (13:22:51).

martes, 15 de septiembre de 2020

15 de septiembre de 2020. Martes.
LA MADRE DOLOROSA

Cristo crucificado, y María a sus pies. De Jana Góra. Polonia. F: FotVi

-El himno de Laudes –Libro de las Horas– es estremecedor. Dice: «Estaba la Madre Dolorosa de pie, / llorando junto a la Cruz, / mientras el Hijo pendía». Jesús, en la cruz, tocaba el dolor, que hurgaba en su carne; él sentía las espinas en la cabeza, los clavos en manos y pies, la lanzada en el costado. Suya era la sangre que brotaba y encharcaba el suelo, y que lamían los perros. Y María, la madre contristada, doliéndose en el dolor de su Hijo, sintiendo cada llaga del Hijo en su costado, de pie. «Y a ti, una espada te traspasará el alma», le había dicho el profeta Simeón. El Hijo miraba al cielo, que parecía no oír, y hablaba: «¡Padre, ¿por qué me has abandonado?!» Y María, la madre que sí oía, allí, de pie. Sufriendo con el Hijo su orfandad, su aterradora soledad. Llorando y sin moverse, como una «columna tallada», sosteniendo todo aquel universo de dolor terrible, que daba con los nudillos en el cielo. Al tiempo que la oración pasaba por la angustia y el espanto del Hijo. El dolor, en María, con el del Hijo, es redentor, rescata, libera. Ella está bebiendo el mismo cáliz que Jesús bebe, y en la misma copa. Por eso se la llama corredentora: la que redime, rogando, elevando su dolor al cielo con el de su Hijo, como un grito inmenso, Diario, que Dios oye, y, seducido, Ama (12:35:03).