lunes, 28 de septiembre de 2020

28 de septiembre de 2020. Lunes.
TELE-VISIONES

Oyendo los silencios de Dios, tras los ojos cerrados. F: Alfa y Omega

-El sol, tibio –apenas quema–, asoma por el horizonte glorioso y encendido, como una llama sin fuego, como si solo viniera a animar el paisaje y a invitar a las palomas al vuelo. Y vuelan las palomas. Se oyen las máquinas de la limpieza y el silencio que van dejando tras sí las escobas de los limpias, los olvidados, aunque siempre estén presentes en la luz y esplendor de la ciudad. En su nitidez. El coronavirus, cada mañana, como el sol, hace su recorrido –angustioso y triste–, por radios y teles. (Visiones. Tele-visiones). Esta carcoma de la vida anda de boca en boca, como una estrella de rock con guitarra desgarradora y cínica: rompiendo oídos y acelerando miedos. Sin embargo, el silencio de la oración no se oye. Queda en los ojos que se elevan o en las manos que se juntan, mientras se doblan las rodillas. Según el medio de comunicación que elijas, así cantará el gallo: o con el Régimen o con la Libertad. Las diatribas no siempre van en la misma dirección: dan en el azul o en el rojo, aunque las haya leales a la verdad, sin ataduras ideológicas o de peculio. La libertad no se vende ni se compra. La indignidad, sí. Esta mañana, Diario, cerré la tele y abrí El Libro de las Horas, para rezar y beber en su Sabiduría, y, de pasada, darme con Dios y tratar de entreabrir un poco sus silencios, y ver si en su Cruz se percibe –aunque sea de lejos– nuestra cruz (18:26:11).

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