26 de septiembre de 2020. Sábado,
LOS QUE VIENEN DETRÁS
LOS QUE VIENEN DETRÁS
-Rezo para que, entre todas las palabras, pueda decir, sin trabarme,
amor: sin que la lengua se me haga un trapo, un lío. Y que en vez de amor,
pueda decir ira, o arco con flechas, o simplemente desafecto. O la más
terrible: guerra. Tengo miedo por la guerra que empieza a perfilarse en este
país de conflictos. En las guerras, primero se incendian las palabras, y,
luego, los arcabuces que maneja el odio. «¡Señor, que pueda decir amor». Es la
petición, que cada día –y como el «Señor, ten piedad» de las letanías– más me
acude a los labios. Como al pájaro el canto o al silencio sus ruidos
interiores. Es mi despertar y mi sueño, mi invocación de andar por casa. Tengo
miedo, no por mí, que estoy tocando ya el ocaso, tan bello –mirad cómo caen las
hojas de mi árbol–, sino por los que vienen detrás –Candela, los niños de su
cole, los demás niños de esta tierra, tan llena de coces y trincheras, y en la
que alguna vez se hizo la Paz y se vivió en ella, progresando, felices–, que recogerán,
como fruto yermo, lo que nuestras arbitrariedades y torpezas les dejen. Niños
de este país, tan hermoso en paisajes y vidas nobles, rezo por vosotros, para
que no caiga sobre vuestras cabezas la maldición de Caín: la de la lucha entre
hermanos: el desplome del cielo sobre la tierra. Que no se pueda decir, Diario,
aquello de Jardiel Poncela, dramaturgo: «El que no se atreve a ser inteligente,
se hace político», matando así todo atisbo de sabiduría, de sentido común, de
altura de miras. «¡Señor, que pueda decir amor» (12:07:01).
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