sábado, 26 de diciembre de 2020

26 de diciembre de 2020. Sábado.
SE LLAMABA ESTEBAN

Vio los cielos abiertos. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Hubo un hombre que, antes de morir, vio los cielos abiertos, y a Jesús sentado a la derecha del Padre. Luego vinieron las piedras, el odio, la lapidación. Es lo que ocurre cuando la religión se hace ideología, patíbulo, venganza. Piedra que se arroja contra el otro. Sin embargo, las piedras, que no tienen corazón, debieron sentir dolor por verse arrojadas sobre aquel cuerpo inocente, que miraba al cielo y lo abría, como se abre el libro de la vida. Se llamaba Esteban –significado: corona, halo– y era diácono de la iglesia primitiva: el que repartía el pan y la caridad a los pobres, el que evangelizaba con las obras de sus manos y decía palabras que herían al que, con soberbia, ostentaba el poder. «Vosotros –se dirigía a los tipos engolados del Sanedrín de Israel– siempre habéis resistido al Espíritu Santo». El Espíritu, el que alienta a la arcilla, al barro, para que sea boca que habla y corazón que ama. El que ayuda a decir «Ven», para luego llegar Él mismo –al corazón de quien así clama– con todo el acontecimiento de la Trinidad en la que vive como lazo de unión de la vida familiar, íntima, esencial, de Dios, e instalarse en él. Él, que es el Amor que enlaza, que agavilla y hace Una a la divinidad. Dios es uno por el Amor. San Esteban denuncia a los personajes del Sanedrín de haberse resistido al influjo del Espíritu; como sus padres, que dieron muerte a los profetas. Dice el texto de los Hechos de los Apóstoles que Esteban estaba «lleno de fe y del Espíritu Santo», y por la fuerza del Espíritu, Diario, perdonó a los que le lapidaban, como Jesús en la cruz, y ensangrentado su cuerpo y liberada su alma, marchó al cielo, donde lo esperaban Dios, el Amor, y la gloria de sus ángeles (12:02:08)

viernes, 25 de diciembre de 2020

25 de diciembre de 2020. Viernes.
MATERIA DE DIOS

Portal de Belén, Luz del mundo. Murcia. F: FotVi

-El Papa, anoche, en un tono afable, familiar, de doméstica conversación, dijo que Jesús «viene al mundo como hijo, para hacernos hijos de Dios». Y continuó: «¡ Qué regalo tan maravilloso! Hoy Dios nos asombra y nos dice a cada uno: “Tú eres una maravilla”». Y nos invita a no desanimarnos. Son tiempos difíciles, de exabruptos contra todo, y una palabra de aliento nos despierta. Tú, yo, cualquier nacido de mujer, somos una obra de arte, porque venimos de Dios, y Dios, en su Hijo, nos forja, nos inventa, y nos hace a su imagen, materia de Dios. Somos más espíritu que carne, más aliento que barro. Más utopía que arcilla. Por eso podemos amar, y, amando, nos hacemos más estirpe de Dios. «El alimento de la vida –dice el Papa– es dejarse amar por Dios y amar a los demás». Y Jesús añade nos da ejemplo. «Él, el Verbo de Dios, es un niño; no habla, pero da la vida». Ya, en los brazos de María está dando vida a los pastores, a los magos, al curioso que se acerca a mirar, a los ángeles que cantan sus canciones en los cielos de Belén. Jesús es la vida del mundo, el manantial donde bebe el que tiene sed; y, como dice el salmo, después de beber «levanta la cabeza», saciado, colmado. «Nosotros, en cambio –sigue el Papa–, hablamos mucho, pero, a menudo, somos analfabetos de bondad». Nada sabemos, de la a la zeta, de amor. Dios y amor nos suenan, pero apenas los sabemos decir, y menos escribir en nuestro corazón. Pidámosle al Niño que nace en Belén –Dios-con-nosotros–, que nos enseñe a ejercitarnos en el lenguaje del amor, el que mira fuera de sí y ve al mundo sufriente y desvalido de los otros; mundo, Diario, donde acampa Dios (17:47:48).

jueves, 24 de diciembre de 2020

24 de diciembre de 2020. Jueves.
CASA DEL PAN

Casa del Pan, mi humilde Belén. Casa Sacerdotal. F: FotVi

-Significado de Belén: Casa-del-pan. Casa: hogar, lugar de reunión, fuego en la chimenea, temblor en las miradas. Casa: la generosa autoridad de los padres y la obediencia sin atadura de los hijos; la alegría de la convivencia, con el pan en la mesa, y sueltos, dejándose llevar por sus alas, los sueños, que siempre van un poco más allá del instante en que se vive, los que dan en el horizonte y lo rompen para transponerlo. En fin: casa: lugar donde el amor se encuentra y ayuda a crecer a los niños y a descender hacia la niñez, con el pelo cano ya, a los bendecidos por los años. Belén, pues, casa, techo, tejado que mira al cielo y a la intimidad, como un bello espejo, palpitante, de la vida. Y del pan. Casa del pan. Leo: «Allí donde se halla la casa-del-pan se encuentra también la casa-de-los hombres». Y Miqueas, llamando a la esperanza, dijo: «Pero tú, Belén de Efrata, aunque eres pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel». Efrata significa abundancia; Belén, por el contrario, casa del pan, de la comida. La humildad entrañable. De Belén, que es hogaza, ración, viático, plato humeante, brotará, como dice Isaías, el Salvador, que será Pan Vida. Y brotará como el bosque, como el agua, como el fuego. En Belén, pues, Diario, esta noche, y a la hora de Dios, brotará la Vida, cuando en el cielo solo se oiga, con el latido del mundo, el clamor de las estrellas, que hablan de Dios (17:59:06).

miércoles, 23 de diciembre de 2020

 

23 de diciembre de 2020. Miércoles.
GORJEO DE NIÑO
-Parecía que no íbamos a poder llegar. Era como abrir la puerta del palomar y que las palomas se negaran a salir. Por fin llegamos, pero pensando en tantos como han quedado en el camino. Pisamos sobre la tristeza, como el que camina por una nube de burbujas. Y en esto, llegamos a la noche en que, como dijo Isaías, los cielos destilan el rocío de la gracia y las nubes derraman al Justo. Y de la tierra brota el Salvador. Como ha ocurrido con Júpiter y Saturno –la Estrella de Navidad–, la conjunción entre el cielo y la tierra nos ha dado al Hijo de Dios, que, en brazos de su madre, llora por el sufrimiento del mundo y toda su deriva de dolor. Este Niño, al que «cubre la humildad / y ropas de mal visto», os quiere felicitar, con un gorjeo de Niño y el Amor arrebatado e inmenso de Dios. Él, siendo Dios, se hace Hombre, para comunicarle al hombre todo lo que conocía del misterio de Dios. Vino a decirnos que Dios es Padre y, como tal, todo Él misericordia. He aquí mi felicitación, amigos. Como cada año –ya son más de 25–, os deseo todo bien. Dios nos sigue queriendo; dejémonos querer.


No dudéis, por favor. Sed felices, si así os parece (11:07:42).


 

martes, 22 de diciembre de 2020

 22 de diciembre de 2020. Martes.
LOTERÍA

Siempre hay una madre que cuida de todo, con diligencia. Murcia. F: FotVi

-Hubo un tiempo en el que cuando decía lotería se me llenaba la cabeza de pájaros, de nubes de algodón. Todo era volatería, huidizo. Pero lo que en el pensamiento era aventura, más tarde, entre mis manos, se convertía en realidad sombría, amarga. El humo de los sueños sólo se hacía certeza en el fuego del hogar: extendía las manos y me las calentaba. Esto era lo real: el frío, y el calor del fuego. Con la necesidad de tener que ir por leña para alimentar el fuego y que así no languideciera su arrebato, que mantuviera su éxtasis. En días de frío, el fuego, con el pan que cada día le pedimos a Dios, son la tabla de salvación a la que se agarra la pobreza para poder seguir soñando y esculpiendo días felices –días de amistad y risas, de «vino y rosas»– en la vida. La vida, a veces, se viste tristeza, de lágrima infinita, como si un enjambre de avispas la acosara. Y se nos desvanece la ilusión, cae el castillo de naipes de nuestros sueños, se quiebra el hilo de tela de araña de nuestra felicidad. Entonces la felicidad se hunde en un tarro de desilusión, revuelta en amargura. Mi madre decía: «No me cae la lotería, pero doy gracias a Dios porque me sigue dando la vida, y, con la vida, el poder trabajar». Dios y el trabajo, y una palabra de acción de gracias siempre en su boca. Sin estudios, era sabia mi madre. Tenía la sabiduría casi sagrada de casi todas las madres. Dios me bendijo con una madre así: fue la más cuantiosa lotería de toda mi vida. Por Navidad, Diario, siempre pienso en ella; es parte importante del Belén que yo hacía (y sigo haciendo) en mi interior: con José, con María, con el Niño Dios, y mi madre, como la limpiadora de la cueva de Belén, y sonriendo. Siempre (17:32:03).

lunes, 21 de diciembre de 2020

21 de diciembre de 2020. Lunes.
VIEJECITOS ENTRAÑABLES

Ocaso del sol sabio, y la Catedral. Murcia. F: FotVi

-Mis libros se calientan al sol, como viejecitos entrañables, y con toda su sabiduría a cuestas. En los libros se encierra, con fácil llave para abrirlos, la esperanza del mundo: en ellos están los proyectos, leyes, vidas, encuentros y desencuentros, las luces de la paz y los lutos de la guerra. En los libros vive la historia, late, grita, a veces con espasmos, para que nos instruyamos los que amamos y defendemos la vida, e imitemos virtudes y corrijamos errores. Ahí están contadas vidas como la de Jesús de Nazaret, toda luz y cruz, palabra y resurrección, liberación, que revela los modos de poder acercarse y hablar con Dios. Y las vidas de las ideologías –las nuevas idolatrías–, que tanto han matado y corrompido a la humanidad, y que aún hoy tanto hieren y dividen, tanto engañan. Y enlutan. Donde se desprecia a los libros, crece la barbarie, la bestialidad humana, la depravación más podrida; nace el gusano más corrosivo y ácido del ser humano, la intolerancia. El sol, que es sabio por antiguo, lo sabe, y es la razón por la que cada mañana se detiene y se recrea en mis libros, y, cuanto se va, contemplo la tinta de las hojas del libro entre sus dedos; sus dedos de oro y de color de amanecer naranja. El sol, el astro que, deseoso de saber, se cuela por las ventanas de las bibliotecas, y sale de ellas con aureola de sabio dando y esparciendo cultura, sembrándola con la sencillez amiga del maestro. Por algo pudo decir Fernando Fernán Gómez, actor y escritor: «En los libros podemos refugiar nuestros sueños para que no se mueran de frío». Y, al leer esta sentencia, Diario, me despojo del frío de “la ley Celaá”, y clamo: «¡Brrr! ¡El congelador se ha abierto, cierren el congelador!»; y, al momento, me salva el sol de la mañana, que, conmigo, elige en la biblioteca un libro de lectura, y vibrando ambos, le extraemos todo su saber, como si bebiéramos el jugo de la vida (12:32:49).

domingo, 20 de diciembre de 2020

20 de diciembre de 2020. Domingo.
MILAGRO DEL PAN

Cueva del desconocimiento, en Polonia. F: FotVi

-Desde este domingo cuarto de adviento a la Navidad, hay sólo una zancada. Nos queda muy poco camino por recorrer para darnos, en nuestra marcha, con Dios, que nace humilde en un pesebre, y vestido de pobreza. Unos pocos días más y amanecerá el Señor, como un milagro del pan; igual que ha aparecido esta mañana el sol, espléndido y dadivoso, como miel silvestre –dice la Escritura– en nuestros labios. Esta mañana clareaba lloviznando: era como leer letras de escritura una a una, pequeña lluvia; o lluvia de paisaje sólo insinuado, paisaje de acuarela. Pero luego ha salido el sol y el paisaje se hecho brochazo de Van Gogh. La alegría, sin llamar, ha entrado en mi habitación, y se ha posado en la cama, en la mesa donde escribo, en los libros que leo, en las sillas donde descanso, en la orquídea maltrecha por el invierno. «Dios –me he dicho– me bendice». Y, a pesar del caos existente, también bendice al mundo. En este tiempo yo he visto a la solidaridad acudir de puerta en puerta tratando de paliar carencias, como ángeles de la caridad. De sus manos salían palomas, luces de bondad. Y, entretanto, siguen las manifestaciones contra la llamada “ley Celaá”, la que se burla de la pluralidad, de la igualdad, de la libertad; es una ley que suena a chiste de mal gusto lanzado por una parte de la ciudadanía contra la otra, es una ley de división. Es una ley inculta e incrédula, en la que no se valora el esfuerzo, ni el afán de prosperar, y en la que se soslaya a Dios, como un estorbo o molestia innecesarios. Es una ley impía y bárbara, que abrirá brechas de odio, y por la que solo parecerá triunfar el iletrado y el pícaro, el ladronzuelo de mercado, el inútil resabiado; un peligro de ley. Como diría Quevedo, Diario, en El Buscón: «Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres» (17:59:00).

sábado, 19 de diciembre de 2020

19 de diciembre de 2020. Sábado.
AÑO DE GRACIAS

Estrellas capturadas en el día: es Navidad. Murcia. F: FotVi

-Cae la luz como una antorcha encendida en un campo de trigo, y al momento todo es un incendio de sol. Sol y azul, y sábado: claridad expectante; y me digo: «María, madre del Sol». El Sol de Justicia que llueven los cielos, como rocío, y que anticipó, presagió, el profeta –y trovador– Isaías. Dijo: «Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca la salvación». Se abre María y nos trae la salvación, y con lo nacido de su vientre germina la justicia. La profecía, en Jesús, se hace esplendor, un Big Bang de amor siempre renovado, con una dimensión expansiva de salvación que aún hoy sigue irradiando. Lo nacido de María es la justicia que necesita y por la que clama – entona, hambrea– el mundo. Es la justicia que viene a igualar todo por arriba, no por abajo, como pretenden ciertas ideologías destructivas por enfermas y demagógicas, y opresivas. Refiriéndose al que había de venir, dice Isaías: «El Señor me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados […], para proclamar un año de gracias del Señor». Son los distintivos, la carta de presentación de aquel de quien cada año, Diario, celebramos su venida, como Niño indefenso y coronado de pobreza, y el que, desde los brazos de la fe, da amor, y necesita, como buen amigo, ser amado; no olvidemos que además de Dios es hombre (12:15:51).

viernes, 18 de diciembre de 2020

18 de diciembre de 2020. Viernes.
EPIFANÍA DE LA VIDA

Posadero sin amor, en Belén. Murcia. F: FotVi

-Ayer escuché en el Congreso un aplauso sombrío, brumoso: oí que se aplaudía el poder matar: era como celebrar a la pandemia. Era como decir: «¡Bienvenido covid: tú que tanto has hecho por la muerte!» Recuerdo cuando se aplaudía, días atrás, a los sanitarios, a las fuerzas del orden, a los servidores de la limpieza, a los agricultores, a los trasportistas, porque nos trían la vida. Eran aplausos con palomas, con silencios de oración, con tañer de canciones. Eran aleluyas con destellos luminosos. Ayer, sin embargo, en el Congreso, se hirió al aplauso, se lastimó su alegría, se vio manchada su belleza. Las manos de la mayoría de los congresistas se hicieron azada de camposanto, hervidero de gusanos. El Congreso se hizo lugar de nieblas. Se oscureció el aplauso. Pudo más el ahorro del Estado que la sabiduría del que sufre, la que nos enseña a ser prudentes y cuidar con amor de la fugacidad de la vida, que es cosa sagrada, y que sigue más allá de nuestros sueños, y de nosotros mismos. He oído decir a Jordi Sabaté, enfermo terminal de ELA (enfermedad debilitante, progresiva y mortal: la de Stephen Hawking, astrofísico): «El Gobierno nos abandona, quizá no le damos votos». Quizá. Y sigue: «Antes que ayudar a morir, hay que ayudar a vivir». Los cuidados paliativos. Nadie quiere vivir sufriendo, pero cualquiera desea vivir sin la angustia y la quiebra del dolor. Con las ayudas sociales suficientes, la enfermedad sería más llevadera, y más ligera la carga. La vida es hermosa y una, y cualquiera desearía vivirla en paz y sin amargos bocados, y luego dejarla con una muerte bondadosa y no infringida, no causada por la falta de amor y por el desprecio al que sufre; sufrimiento con el que se sirve a los demás. Vivir la vida, Diario, y con Dios al fondo: haciéndonos infinitos con él, reinventándonos siempre, siendo una mueva e insólita epifanía de la vida (17:19:03).

jueves, 17 de diciembre de 2020

 17 de diciembre de 2020. Jueves.
MI BELÉN

Anciana caminando a Belén con su regalo. Murcia. F: FotVi

-A pesar de la pandemia, corremos ilusionados hacia el portal de Belén, en el que esperamos encontrarnos, como un golpe de luz, al Amor hecho Niño: es al evangelio de la fragilidad que sonríe. En un Nacimiento van y vienen multitud de personajes, humildes y grandes, desarrapados y solemnes, todos asombrados; figurantes que adoran y que comen, que balan y alumbran, que dan calor y que enfrían, que corren como el río o que llegan de la lejanía, expectantes –adviento–, como los Magos. En un Belén hay paja y musgo, y una mula y un buey, y una viejecita con presentes que tropieza con su falda y no cae, y sigue, y pastores y aldeanos, con sus ofrendas, y un ángel volador que señala al recién nacido. Están José y María, los padres, que, gozosos, adoran. Y también hay un Niño, que gorjea y ríe, y que, alguna vez, llora, y tan pequeño, que parece un poco de pobreza celeste bajada a la tierra: como adorno, aderezo, de Dios para el Belén. Pero falta algo, una leve pulsación, que ve y no es vista: el latido de mi amor, que quizá quepa en el Belén, si el Niño lo deja que esté. ¡Mi amor, en el Belén! Con este pensamiento, con estas dudas lastimando mi interior, hice, hace años –2001–, este poemilla de admiración y humana esperanza, y que titulé Mi Belén. Y que dice así:

En este belén que yo hago,
pongo a José y a María,
y al Niño para que ría
cuando le mire el Rey Mago.
 
Pongo a la mula y al buey
y al pastor con el cordero,
por llegar él el primero
a adorar al Niño rey.
 
Con el pastor, la pobreza
pongo, que de ella vestido
el Niño Dios ha nacido,
símbolo de su realeza.
 
Y con María y José,
con el Mago y el pastor,
oh Niño, pongo mi amor,
si tú lo dejas que esté.

            Es lo que faltaba en este Belén de la tierra, Diario: mi amor, tu amor (11:49:15).

miércoles, 16 de diciembre de 2020

16 de diciembre de 2020. Miércoles.
CORTINA DE HUMO

Copa de pureza, nacida de la noche. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Así como la noche nos regala el día, la Navidad –Noche Santa– nos regala a Emmanuel: «Dios-con-nosotros». Como dice el poeta: «El hombre, en lo Grande, / se hizo Mayor, / y Dios, en lo menos, / se empequeñeció». La Navidad es tiempo de regalos: Dios nos regala su divinidad, que acampa entre nosotros, y nosotros le hacemos el don de nuestra humanidad, que es la tienda que le acoge y donde vive, y ahí, en esa pequeñez, disimula su grandeza. Dios se esconde en la cortina de humo de la naturaleza humana, y desde ahí redime. Alguien ha dicho que las personas más felices no son las que más reciben, sino las que más dan. Y Dios nos da su divinidad por un pedazo humilde, oscuro, terriblemente vulnerable, de humanidad. Tan vulnerable, que, después de haber sido azotado, coronado de espinas, postergado por Barrabás, es clavado en una cruz y elevado para, de este modo tan alevoso y vil, quedar sin cielo ni tierra en los que pisar. Queda a expensas del viento, y del llanto de las mujeres, que, aun viendo, no creen: el Maestro, crucificado. Y lloran. El llanto de unos pocos –junto a las lágrimas de la Madre– es el regalo que la humanidad le ofrece; lo demás es muerte y abandono, soledad de clavos y sed, silencio de Dios y clamor delirante de la ferocidad. En esta Navidad, Diario, regalemos humanidad, con pañales que calienten y villancicos que alegren. La Luz la pone el Niño-Dios en el Portal de Belén. Luz que hace ver a la humildad que no ve, y deslumbra y ciega a la soberbia que, sin ver, cree ver. La humildad vence: la soberbia se da bruces contra la sencillez y su esplendor, contra su belleza de charca llena de estrellas en el camino (13:20:20).

martes, 15 de diciembre de 2020

15 de diciembre de 2020. Martes.
SOL DE JUSTICIA

Amanece el sol, para todos. Murcia. F: FotVi

-Jesús de Nazaret –el Cristo–: o el sol de justicia. Así lo llama la Escritura en varias ocasiones. En el evangelio de San Lucas, canta Zacarías, padre del Bautista: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, / nos visitará el sol que nace de lo alto». Es decir, de lo más íntimo de la misericordia de Dios, de sus entrañas de amor y padre, nace y nos visita el sol de justicia – como lo llamara el profeta Miqueas–, que viene de lo alto. Sol que iluminará las tinieblas, y guiará nuestros pasos por caminos de paz, y nos corregirá y amará, y abajará montes y subirá valles, y, desde la equidad, todo lo nivelará. Sale el sol y todo lo colma, desde la montaña más alta al más humilde de los seres vivientes. El sol nace humilde, pero se extiende poderoso, intenso, por toda la tierra, como una inundación de gracia y de luz, de vida excitada en sus rayos. La vida que él porta, la da gozosamente –gratis, sin cargo– a todo ser que alienta, sea escorpión o paloma, bosque o acantilado, palabra o libro. Veo al sol aparecer por el horizonte, y, ante su luz desprendida –alegre con discreción, ruidosa sin ruido–, me imagino a Jesús como el  sol que viene de lo alto, para impartir justicia, con amor: justicia que libera. Para que no ocurra lo que decía Santo Tomás de Aquino: «Justicia sin misericordia es crueldad»; lenguaje áspero este, con largas espinas, como el trigo en la espiga antes de ser molido: el santo de Aquino, Diario, no engaña, advierte (11:58:39).

lunes, 14 de diciembre de 2020

14 de diciembre de 2020. Lunes.
SAN JUAN DE LA CRUZ

El místico y poeta, y santo de Dios. F: Googel

-Hoy la poesía salta, como chispa, de la palabra –centelleo– y prende en Juan de Yepes, humilde fraile descalzo, reformador, poeta excelso: llamado luego San Juan de La Cruz. La poesía toca la mística y se hace contemplación rimada, santidad, elevada belleza, unión íntima –espiritual– con Dios. Nada tan bello e inquietante como unirse a Dios y aspirar su aliento, y latir en sus latidos, y vivir en su vida. Hoy celebra la iglesia la santidad de Juan de la Cruz, el poeta místico que más ha hurgado, palpado, por medio de la palabra, en el misterio de la unión del alma humana con Dios. Dice el evangelio de San Juan que Dios en «la Palabra se hizo hombre»; y San Juan de la Cruz, que el hombre, de igual modo, y por medio de la palabra, se hace Dios. Es un intercambio maravilloso, encendido: Dios, en la palabra, se hace carne –desciende–: es hombre; y el hombre, también en la palabra mística, arrebatada, asciende: se diviniza: se hace Dios. Dios, por la palabra, entra en la carne del hombre, su humilde tienda; y el hombre, por la vida de la misma palabra, entra en el ser infinito de Dios, pabellón de toda santidad. La palabra –la poesía– da con Dios, y en Dios se hace amor, descanso, feliz retiro. Y así el poeta místico podrá decir, con la esperanza aleteándole en los labios: «Vivo sin vivir en mí / y de tal manera espero / que muero porque no muero». Morir por no morir: qué hermoso dislate: el morir, Diario, te hace vivir en Dios, y la eternidad se convierte en el instante precioso y luminoso de toda tu vida: eres, así, cosa divina, y sin fin (11:58:09)

domingo, 13 de diciembre de 2020

13 de diciembre de 2020. Domingo.
LA BOCA LLENA DE AZUL

Cáliz de luz, en Estambul. Turquía. F: FotVi

-Con la boca llena de azul, esta mañana digo gracias. Gracias por vivir, por soñar, por ser libre. Me viste la libertad, que, luego del don de la vida, es el regalo más bello: por el que sigo amando. Parafraseando a Descartes, podría decir: «Amo, porque soy». Amo a Dios y a las cosas de Dios: las obras de sus manos. «Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres», dice San Pablo en su carta a los Gálatas. Esta mañana, nos hemos reunido los ancianos de la Casa, y con mascarilla y los ojos iluminados, hemos celebrado la eucaristía, que es amor y partición, y canto y plegaria, y sacrificio y acción de gracias. Y, en su conjunto, un ejercicio fascinante de libertad: y con Dios, amando, a nuestro lado. Diciéndonos la alegría de la salvación, con la que nos gozamos los cristianos. Cada vez que abrimos la eucaristía, llamamos la atención de Dios: es como tocar en la puerta de su amor. Ahí están sus palabras, sus gestos, su muerte, su resurrección; ahí está el Jesús bondadoso que cura enfermedades y libera esclavos, el que dice: «Levántate y anda», y hay crecida en la fe y en la esperanza y en el amor, como un río que se desborda. «La eucaristía tiene el puesto central en la iglesia, porque es ésta la que hace a la iglesia»dice el Papa Francisco. En la Casa, con la pandemia, todo lo hacemos individualmente, en precavida soledad; la misa, sin embargo, la hacemos concelebración. Recordamos las palabras de Jesús: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Y, aunque separados los cuerpos, Diario, nos hacemos gavilla en el espíritu, manojo de oración, haz de voluntades que rezan al Señor. Destello enorme de luz que, sin duda, Dios ve y celebra, y ama (18:23:33).

sábado, 12 de diciembre de 2020

12 de diciembre de 2020. Sábado.
BESANDO LA TIERRA

Inaugurando la belleza del día. Murcia. F: FotVi

-Sale el sol y sube la temperatura: ¡se emociona el día! Y las palomas, y el gorrión, y la rosa, y mis labios, que alaban a Dios. Dios pone palabras en mi boca; palabras que pruebo y que hago sílabas, y, silabeándolas, las digo, las goteo, y hay más día emocionado. ¡Me envuelve la emoción del día, su excelsitud sencilla! Aunque en el ambiente se palpe la tristeza, por tanta muerte, por tanto desgarro, por no saber adónde vamos. O sí lo sabemos; dice Chesterton: «La alegría es el gigantesco secreto del cristiano». Para hallar la alegría, no mires en tu derredor, mira dentro de ti y, si olvidas tus prejuicios, la hallarás. Dijo Jean de La Bruyere, escritor y moralista francés: «Conviene reír sin aguardar a ser dichoso, no sea que nos sorprenda la muerte sin haber reído». Sería muy triste morir sin haber reído, sin haber dejado a la boca que exultara, sin haberla llenado de mariposas blancas: huérfana, pues, de celebraciones. Riamos con los políticos como chiste, como chascarrillo, como ocurrencia, con sus grandes sueldos y su poca gracia. En todo caso, pongamos nosotros la gracia. Desternillémonos de risa, por no llorar: no merecen nuestras lágrimas. Y como dice un escritor y poeta hindú, Thich Nhat: «Caminemos como si estuviéramos besando la tierra con los pies». Y en ella, en la tierra, a Dios, que la pensó, y la dijo, y, con la luz estallando en su boca, fue la tierra, y su esplendor. Caminemos, Diario, sobre su Creación, respirando y escuchando su presencia: es dulce como un panal de miel (11:01:28).

viernes, 11 de diciembre de 2020

11 de diciembre de 2020. Viernes.
CARENCIA DE TERNURA

Se muere la rosa, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Día sin luz y sin taquígrafos; es decir, con nubes e insípido, como vestido de gel hidroalcoholizado. Día de lavarse la lengua con lejía, como se les decía antaño a los niños que mentían. El día se ha vestido de tristeza: ya están hablando los políticos de llevar al Congreso la ley de la eutanasia. No les ha bastado la pandemia, sino que hay que acelerar, como se fumiga una plaga, la extinción de la vejez. En esta sociedad infectada de insensibilidad, aletargada, todo es tumefacto, oscuro, pestilente. Los gobernantes, con la ley en la mano, ley que ellos han hecho –progresista, dicen–, matan sin escrúpulos, y, como Pilato, se lavan las manos, mientras llevan a crucificar al inocente. «Prestación del derecho a morir», llaman a esta aberración. Este «servicio» o «auxilio» –¡qué osadía!–también se podrá realizar en residencia de ancianos, en centros sociosanitarios, y hasta en el propio domicilio. En el mundo, solo hay cinco países que hayan legalizado la eutanasia; España será la sexta. En fallecidos por la pandemia somos terceros del mundo. Batimos todos los récor de estupidez e ineficacia, de papanatismo y miseria, de carencia de ternura. Se ha abierto la caza del desvalido, del que necesita amor, del que lo dio todo en la vida, y ahora, morirá cuando lo decidan sus deudos. «Papá, mamá, lo siento: tienes que pedirme que te mate», dice el hijo; y el padre o la madre, generosos ellos, amantes ellos como siempre, responden: «Lo que tú digas, hijo, tú sabes lo mejor». (Les ha faltado añadir: «Para ti»). Sólo el 2,5 por ciento de la población mundial tiene acceso a este desahogo –¿progresista?– del «derecho a morir». Con el tiempo, nos dormimos en el Señor. De un modo natural, incluso celebrativo; pero la eutanasia, Diario, es un modo de herir la vida, de destruirla, sin apelación ni misericordia, y con la ley de parte de quien la siega sin piedad (17:46:54).

jueves, 10 de diciembre de 2020

10 de diciembre de 2020. Jueves.
LA SONRISA DE DIOS

La gloria de Dios, Catedral de Santiago de Compostela. F. FotVi 

-Y martirizaron a la Inocencia. Fue en Mérida, ciudad augusta. Un 10 de diciembre del año de 302, cuando la Ciudad de Roma y los emperadores se decían dioses: dioses de barro y greda, de mármol y soberbia, de arcilla revestida de terror y látigo. Una niña, Eulalia, 12 años, hija de un senador romano, padeció martirio por no querer adorar a los ídolos paganos. Fue en tiempos de Diocleciano y el gobernador Daciano. Éste le propuso: «Si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este incienso, te verás libre de los sufrimientos que otros han padecido». Y Eulalia, niña, con la inocencia iluminando sus ojos y sus palabras –el Espíritu en su boca–, le  contestó: «Solo al Dios de los cielos adoro; a Él solo ofreceré sacrificios y quemaré incienso. A nadie más». Y cuenta Prudencio, poeta, que, tras los azotes, el fuego la envolvió por completo, y «la Virgen –dice– torció suavemente el cuello e inclinándose hacia la llamarada la sorbió con su boca, de la que voló una paloma». Leyenda o realidad: es bellísima. Era –es– la lucha de la Inocencia contra la crueldad, contra la perversión, contra el arbitrismo. Pero la Inocencia sabia, la que nace de la sinceridad y la franqueza, vence al despotismo y al chasquido del látigo. A cualquier tortura. Eulalia y sus palabras se hacen luz, claridad en la boca de una niña, libertad de horizontes, mientras el emperador romano, en todo caso, y con el tiempo, se torna hallazgo arqueológico, mármol derribado y extraído de los escombros de la ciudad que él arruinó y expuesto en un museo. Sólo la Inocencia –limpieza de corazón, según Jesús de Nazaret– verá a Dios, y con sonrisa de Dios. Ya lo dijo Fellinidirector de cine, Diario: «Si ves con ojos inocentes, todo es divino» (12:35:05).

miércoles, 9 de diciembre de 2020

 

9 de diciembre de 2020. Miércoles.
ANULADO EL BOATO

Rosas blancas en la Plaza de España. Roma. F: ABC

-Peregrinar es aventurarse, dar pasos hacia la estrella polar, hasta llegar a ella y tocar su luz. Rociarse de su luz, como una bendición. «Cielos, destilad el rocío. Nubes, derramad al Justo», urgía Isaías. Ayer el Papa Francisco, a las siete de la mañana, con mascarilla y el paso inclinado –vacilante– de anciano, peregrinó, de improviso, hacia la Plaza de España, en Roma. De improviso, como suceden las cosas grandes: de improviso se presentó el Ángel ante María, de improviso fue llamado Samuel en la noche de su vocación, de improviso resucitó el Señor. No había público, se evitó la multitud –el respeto al coronavirus–, solo estaban los bomberos que, como cada año, colocaban una corona de flores en el brazo de la imagen de María, como signo de amor y veneración del pueblo romano a la Inmaculada Concepción. Es decir, el Papa Francisco, anuló el boato, arrumbó toda parafernalia, y se presentó, en su pequeño coche utilitario y defendiéndose de la lluvia con un paraguas negro, en el lugar de la devoción, en el lugar de la comunión con María y con el Fruto de su vientre, Jesús. Un par de ramos de rosas blancas dejó el Papa a los pies del monumento, como si hubiera florecido allí la pureza, la doncellez, la ternura más maternal. Como si las nubes hubieran derramado allí al Justo. Y rezó: para que la madre de Jesús «dé consuelo y alivio a las grandes tribulaciones humanas y sociales que amenazan al mundo moderno». Dicen que dijo. Con humildad, Diario, lo dijo, como el que eleva los ojos a la madre y le pide: «¡Madre, quiéreme!» Y queda aguardando: en adviento de gracia, de abundancia de lo divino, que espera (12:14:18).

martes, 8 de diciembre de 2020

8 de diciembre de 2020. Martes.
EL LADO ROMÁNTICO DE DIOS

Purísima, el lado romántico de Dios. Javalí Viejo.

-El lado romántico de Dios (con Goethe y Rousseau y Bécquer al acecho) se manifiesta en la preservación de la Virgen María del pecado original, lo que más que un hecho teológico (no digamos escolástico), es sobre todo un hecho de amor. La teología sin amor es pura especulación, una especie de filosofía discursiva, una oquedad científica; pero nada más: un artilugio ruidoso, sin un amor dentro que lo haga volar. Copio (permítemelo, José María Cabodevilla), lo que tú escribiste, tan bello, un 8 de diciembre de un año cualquiera de tu vida; dijiste: «He aquí hasta dónde puede llegar la omnipotencia divina, su obra máxima, la que marca el límite de un poder que confesamos infinito: Dios ha creado una madre para sí. Al lado de esta mujer, toda la grandeza de la tierra y los océanos, y el firmamento con sus astros más brillantes, y los innumerables coros de los ángeles y arcángeles, la creación entera en su totalidad empalidece y se vuelve insignificante si la comparamos con esta criatura de excepción, este alarde del Omnipotente, esta mujer llamada María. Dios, que es incapaz de hacer otro Dios, ha hecho lo que más podía: una madre de Dios». Te felicito, María, eres la Madre; te felicito, Dios, eres el Hijo. Tal Madre para tal Hijo, Diario, y yo, el otro hijo redimido, perdonado, y habitado por el Espíritu, con María llevándome de la mano –¡Oh, Madre!– a Dios  (21:35:24)

lunes, 7 de diciembre de 2020

7 de diciembre de 2020. Lunes.
DANDO ARAÑAZOS

Queriendo salir de las nubes. Salinas del Mar Menor. Lo Pagán. F; FotVi

-Amanecía el sol, con la euforia de un liberado, cuando la pandemia del gris –nubes de charco helado– lo ha ocultado y ha llenado la tierra de frío. Frío de diente que muerde, de corazón sin amor. Decía Unamuno que: «El hombre muere de frío, no de oscuridad». Seguramente lo diría por la oscuridad de su fe, que le hizo escribir esos endecasílabos –versos– turbadores, que deslumbran, en su obra El Cristo de Velázquez, y que te hacen masticar una fe dura, fe de grito, fe que pide auxilio al Dios, y crucificado. La fe de Unamuno era oscura, vacilante, cercada por la duda y los silencios de Dios. Como la de San Juan de la Cruz; quizá como la mía y la tuya, oscura, pero no muerta, sino anhelante, deseosa de ver el rostro de Dios. De gustarlo con los ojos del espíritu. «Hay que nacer en Belén –seguía diciendo Unamuno en su Diario íntimo– y vivir en humildad, oscuridad y obediencia, para pasar luego por el Calvario, y crucificarse en Cristo, y ser con él sepultado. Así se resucita y se sube a su gloria». Miguel de Unamuno dudaba, pero no caía en la duda, en su abismo destructor, voraz, en seguida salía de sus fangos y se alzaba sobre el muro de la fe, en la que se veía iluminado, y salvado. Forjado a fuego, como el metal. Dando arañazos en los ruidos de la vida, Unamuno gritaba: «¡Silencio, silencio, para oír al Señor!» Y se tapaba los oídos, para, desde su interior, inundado de gracia, Diario, poder escuchar el otro Silencio, el de Dios, que siempre habla desde la piedad y el Amor, desde la contemplación más íntima. Posdata: una nube de gaviotas –con el sol queriendo asomar–, y a las 12 y 20, poblaba el cielo, y he pensado: «Vuela la Esperanza» (17:51:38).