11 de diciembre de 2020. Viernes.
CARENCIA DE TERNURA
CARENCIA DE TERNURA
-Día sin luz y sin taquígrafos; es decir, con nubes
e insípido, como vestido de gel hidroalcoholizado. Día de lavarse la lengua con
lejía, como se les decía antaño a los niños que mentían. El día se ha vestido
de tristeza: ya están hablando los políticos de llevar al Congreso la ley de la
eutanasia. No les ha bastado la pandemia, sino que hay que acelerar, como se
fumiga una plaga, la extinción de la vejez. En esta sociedad infectada de
insensibilidad, aletargada, todo es tumefacto, oscuro, pestilente. Los
gobernantes, con la ley en la mano, ley que ellos han hecho –progresista,
dicen–, matan sin escrúpulos, y, como Pilato, se lavan las manos, mientras llevan
a crucificar al inocente. «Prestación del derecho a morir», llaman a esta
aberración. Este «servicio» o «auxilio» –¡qué osadía!–también se podrá realizar
en residencia de ancianos, en centros sociosanitarios, y hasta en el propio
domicilio. En el mundo, solo hay cinco países que hayan legalizado la eutanasia;
España será la sexta. En fallecidos por la pandemia somos terceros del mundo. Batimos
todos los récor de estupidez e ineficacia, de papanatismo y miseria, de
carencia de ternura. Se ha abierto la caza del desvalido, del que necesita
amor, del que lo dio todo en la vida, y ahora, morirá cuando lo decidan sus
deudos. «Papá, mamá, lo siento: tienes que pedirme que te mate», dice el hijo;
y el padre o la madre, generosos ellos, amantes ellos como siempre, responden:
«Lo que tú digas, hijo, tú sabes lo mejor». (Les ha faltado añadir: «Para ti»). Sólo
el 2,5 por ciento de la población mundial tiene acceso a este desahogo –¿progresista?– del «derecho a morir». Con el tiempo, nos dormimos en el Señor. De un
modo natural, incluso celebrativo; pero la eutanasia, Diario, es un modo de herir la vida, de destruirla, sin apelación ni misericordia, y con la ley de parte de quien la siega sin piedad (17:46:54).
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