20 de diciembre de 2020. Domingo.
MILAGRO DEL PAN
MILAGRO DEL PAN
-Desde este domingo cuarto de adviento a la Navidad, hay
sólo una zancada. Nos queda muy poco camino por recorrer para darnos, en
nuestra marcha, con Dios, que nace humilde en un pesebre, y vestido de pobreza.
Unos pocos días más y amanecerá el Señor, como un milagro del pan; igual que ha
aparecido esta mañana el sol, espléndido y dadivoso, como miel silvestre –dice
la Escritura– en nuestros labios. Esta mañana clareaba lloviznando: era como
leer letras de escritura una a una, pequeña lluvia; o lluvia de paisaje sólo insinuado,
paisaje de acuarela. Pero luego ha salido el sol y el paisaje se hecho brochazo
de Van Gogh. La alegría, sin llamar, ha entrado en mi habitación, y se ha
posado en la cama, en la mesa donde escribo, en los libros que leo, en las
sillas donde descanso, en la orquídea maltrecha por el invierno. «Dios –me he
dicho– me bendice». Y, a pesar del caos existente, también bendice al mundo. En este
tiempo yo he visto a la solidaridad acudir de puerta en puerta tratando de
paliar carencias, como ángeles de la caridad. De sus manos salían palomas,
luces de bondad. Y, entretanto, siguen las manifestaciones contra la llamada “ley Celaá”, la
que se burla de la pluralidad, de la igualdad, de la libertad; es una ley que
suena a chiste de mal gusto lanzado por una parte de la ciudadanía contra la
otra, es una ley de división. Es una ley inculta e incrédula, en la que no se
valora el esfuerzo, ni el afán de prosperar, y en la que se soslaya a Dios,
como un estorbo o molestia innecesarios. Es una ley impía y bárbara, que abrirá
brechas de odio, y por la que solo parecerá triunfar el iletrado y el pícaro, el
ladronzuelo de mercado, el inútil resabiado; un peligro de ley. Como diría Quevedo, Diario, en El Buscón: «Nunca mejora
su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres» (17:59:00).
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