7 de diciembre de 2020. Lunes.
DANDO ARAÑAZOS
DANDO ARAÑAZOS
-Amanecía el sol, con la euforia de un liberado,
cuando la pandemia del gris –nubes de charco helado– lo ha ocultado y ha
llenado la tierra de frío. Frío de diente que muerde, de corazón sin amor. Decía
Unamuno que: «El hombre muere de frío, no de oscuridad». Seguramente lo diría
por la oscuridad de su fe, que le hizo escribir esos endecasílabos –versos– turbadores,
que deslumbran, en su obra El Cristo de
Velázquez, y que te hacen masticar una fe dura, fe de grito, fe que pide
auxilio al Dios, y crucificado. La fe de Unamuno era oscura, vacilante, cercada
por la duda y los silencios de Dios. Como la de San Juan de la Cruz; quizá como
la mía y la tuya, oscura, pero no muerta, sino anhelante, deseosa de ver el rostro de Dios. De gustarlo con los ojos
del espíritu. «Hay que nacer en Belén –seguía diciendo Unamuno en su Diario íntimo– y vivir en humildad,
oscuridad y obediencia, para pasar luego por el Calvario, y crucificarse en
Cristo, y ser con él sepultado. Así se resucita y se sube a su gloria». Miguel
de Unamuno dudaba, pero no caía en la duda, en su abismo destructor, voraz, en
seguida salía de sus fangos y se alzaba sobre el muro de la fe, en la que se
veía iluminado, y salvado. Forjado a fuego, como el metal. Dando arañazos en los ruidos de la vida, Unamuno gritaba: «¡Silencio, silencio, para oír al Señor!» Y se
tapaba los oídos, para, desde su interior, inundado de gracia, Diario, poder
escuchar el otro Silencio, el de Dios, que siempre habla desde la piedad y el
Amor, desde la contemplación más íntima. Posdata: una nube de gaviotas –con el
sol queriendo asomar–, y a las 12 y 20, poblaba el cielo, y he pensado: «Vuela
la Esperanza» (17:51:38).
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