24 de febrero de 2014. Lunes.
EL PARAGUAS
CERRADO
Diez gotas contadas, en el jardín. F: FotVi |
-El invierno se ha puesto el chubasquero y ha soportado la caída de diez
gotas de lluvia y la consiguiente bajada de temperaturas, algo así como un
grado o dos, y ha empezado a temblar, de risa. Y yo clamo: «¡Invierno, sé
invierno!» Que es un modo de decir que los inviernos en esta tierra pasan de
puntillas y no echan a los insectos (hay mosquitos tigres que pican como
guindillas) y engañan al almendro y al naranjo que se ponen de pronto en flor, sin
advertir que aún es invierno y que sus bodas primaverales (sus blancos
florales) pueden caer en cualquier helada intempestiva. En esta tierra, las
heladas llegan cuando se vislumbra la Pascua Florida y se ha ido o está a punto
de irse el invierno, no antes. Entretanto, los científicos no se ponen de
acuerdo sobre qué fue o cómo ocurrió el Big Bang, si partió de un punto de
intensidad infinita, hace 13.820 millones de años, o por el contrario hubo otro
universo previo antes que éste. Eso, sí, ni un año más ni un año menos. Aunque,
luego de las últimas investigaciones, parece que el Universo es 100 millones de
años más viejo de lo que se creía y que pudo ser habitable inmediatamente después del “bigbangonazo”. «Todo el Universo
fue una vez una incubadora para la vida», dice un tal Loeb, astrofísico de
Harward. Es decir, fue un universo donde pudo surgir la vida como las burbujas
en el champán, espontánea y mágicamente, y con música de vals, quizá. Un
planeta rocoso con vida aquí, otro con otra vida haciéndose la competencia más
allá: mi vida vale más que la tuya, o mira qué vida más bella he conseguido, se
dirían, esta vez con música de sardana, más lenta y sentimental, y más suya. Parece
que cada escuela de astrofísicos tiene su teoría: hasta los hay, un tal Wun-Yi-Shu,
que niega que existiera el Big Bang; pero, cuidado, que existe un «fondo cósmico
de microondas» que dice lo contrario, se asegura por otros. Y el final del
Universo: si hay tanta masa que contenga su expansión, es posible que se contraiga
(el paraguas cerrado) y acabe en el punto de donde partió, o en el Aleph de
Borges. O que no exista esta masa y se expanda y se expanda hasta convertirse en
«un enorme y negro vacío», con apagón definitivo de las estrellas. O, acabada
la farsa, baja el telón y se apagan las candilejas, y cada cual sale, embozado en
su bufanda, camino de su vida de éxito o de fracaso, de tristeza o de euforia. Leo
todo esto en un informe de unos tales J.M.N y J. de J., recordando a Italo
Calvino en Las Cosmicómicas, un libro
excepcional de sarcasmos y ciencia-ficción, que provoca, en buena y casi lírica
literatura, sonrisas y escepticismo. A todo esto, concluida mi lectura, salgo a
la calle y veo a un individuo, abocado a un contenedor, buscando comida o algo
que vender, mientras el Big Bang de la jactancia científica campa por sus respetos,
sin ahorrar un euro en esto que llaman ciencia y que quizá lo sea, pero ciencia
a la altura, no más, Diario, de la que pudieron hacer, con sólo el esplendor de
su inteligencia y sin ayudas públicas, Julio Verne, Isaac Asimov, o, el más grande,
Ray Bradbury, entre otros. Defiendo la investigación, pero antes defiendo la
dignidad de la persona humana, que debiera estar por encima del principio del Big
Bang y de su extinción, o reducción al punto o Aleph de Borges, otro que escribió ciencia y ficción desde la
precariedad y el ingenio, y sin entrar en los presupuestos del Estado (20:21:03).
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