26 de febrero de 2014. Miércoles.
DE LECHUZAS
Mirada de desafío, antes del silbo. F: Stevie B |
-El miedo
se me cogía al estómago y hasta me impedía correr. Era una leyenda, pero yo,
niño (seis o siete años), no lo sabía. Lo hermoso de ser niño es que se cree en
las leyendas y se hacen vida en uno, como el juego o las preguntas. Yo vivía en
la calle Honda, a unos pasos de la plaza de la Iglesia, en Molina, plaza en la
que jugábamos y bebíamos el tiempo nuevo de la vida, como si nada. Se nos iba
el tiempo en cada patada al balón de trapo, pero no teníamos conciencia de
ello; y el juego era, con la Enciclopedia escolar, el mundo de fantasías en el
que nos movíamos los niños de los años 40 del siglo pasado, fantasías, que
hacían olvidar o redimirnos, mientras jugábamos y aprendíamos la Enciclopedia
en la escuela, del hambre y de otras carencias. Éramos los niños de la
posguerra, que, sin entrar ni salir, y sin culpa alguna por nuestra parte, nos
había tocado vivir en aquella época de odios aparcados y miserias varias, no
sólo sociales, sino también culturales y de convivencia. Primero fue el
desmadre fratricida de las dos Españas, las que helaban a Machado el corazón, y
luego, la escasez de casi todo. Tanto era el hambre, que nos comíamos primero
la corteza y a renglón seguido los gajos de la naranja, desde luego robada; y
el pan se amasaba con harina de panizo (y aun con salvado de otros cereales) y
mondas de naranja desecadas al sol. En casa, entonces, apenas había nada; o en
todo caso, frío y algún beso de madre, que no se prodigaba. Padre hacía
remiendos (era albañil) para ir tirando y yo, de la escuela de Navillo, al
juego en la plaza de la Iglesia o en la plaza Vieja, donde el mercado de los
domingos. En la plaza Vieja guerreábamos, tratando de imitar a los mayores, dos
bandos, con cebollas y piedras como munición; en la plaza de la Iglesia,
jugábamos al balón, al marro o al pillapilla, hasta que aparecía (era una aparición)
don Antonio, el párroco, y a correr se ha dicho. Le teníamos respeto; grande y
con sotanas, intimidaba un poco. El miedo venía al anochecer, cuando las
lechuzas. La leyenda decía que las lechuzas volaban torre abajo para beberse el
aceite de la lámpara del sagrario, donde flotaban las mariposas aquellas de la
pequeña llama dorada y que parpadeaba como un ojo vivo en la inmensa oscuridad
de la iglesia. Bebían y volvían a la torre, a espiar y a silbar. Silbaban antes
de atacar; y atacaban sobre todo a los niños que andaban solos a deshora bajo
la torre. (Ahora sé que era un truco de los padres para que no saliéramos de
noche).Y atacaban a los ojos, que les gustaban tanto como el aceite. Se beben
los ojos, decían. Claro, así ocurría que pasabas bajo la torre, silbaba la
lechuza y pies para qué te quiero. Y digo esto del miedo, por lo que he visto y
oído en eso que llaman Debate del Estado de la Nación. ¡Qué miedo! Rubalcaba y
Rajoy, y el resto de próceres, sin eminencia la mayoría, que hacen de lechuzas
con silbo, que dicen cosas que son rebatidas al punto, cosas que no sabes si
son o no son, porque para el que las dice son y para el que las rebate, no, y
así, hasta la extenuación. O sea, Diario, lo dicho: para salir corriendo (20:05:08).
No hay comentarios:
Publicar un comentario