2 de marzo de 2014. Domingo.
¿MADRE?
Maternidad, o amor afable. F: FotVi |
-Hoy, en misa, he hablado de la maternidad de Dios. Dios es Padre, pero
con hechuras de Madre. Cuando estoy con cualquier fiebre (de desamparo, de
insatisfacción, de infidelidad o desconfianza por mi parte) me lo imagino Padre,
que, como las madres, y con el fin de calmar las décimas de fiebre de mis dudas
u ofuscaciones, de mis miedos y carencias, de mi debilidad, pone la mano en mi
frente y tranquiliza mi fiebre. Quizá la fiebre sigua, pero atenuada. Es como
si parte de la fiebre se fuera en la mano de Dios. Dios es amor, dice San Juan.
Es decir, es todo y el único amor. Cualquier amor, pues, participa de ese amor.
Pero en todo amor hay ecos, resonancias: sucede el amor, la pasión, el rapto, e
inmediatamente le siguen el sosiego, la paz, el amor afable, la ternura. Dios
es amor de cruz, terrible; pero también amor de padre que espera al hijo pródigo
y, cuando lo ve llegar, sale al camino y lo abraza, con impulsos de madre. Dios
es amor que atrae, sin asustar. Una vez más Isaías lo explica así: «Sión decía:
“Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”». Y sigue: «¿Es que puede
una madre olvidarse de su criatura, no
conmoverse por el hijo de sus entrañas?» Yo, sin madre ya en la tierra, Diario,
me acojo a la maternidad de Dios, que, en las entrañas del bautismo, me engendró
a una nueva vida y, en esa vida, a mí, su criatura, me sigue amando con amor de
Madre, que abraza y nunca deja de poner su mano en la frente con fiebre de mis
dudas y torpezas, incluso de mis delirios; pero sin dejar de ser Padre. Padre,
pues, y Madre (20:14:19).
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