13 de agosto de 2014. Miércoles.
EUROPA TEME
Amor, en el jardín. F: FotVi |
-El olor a santidad es lo que queda del paso de un santo por la vida;
morir en olor de santidad, se dice, o quedar en el buen olor de las obras. En el
caso de la muerte de cualquier santo, el fallecido huele a obra bien hecha. San
Pablo define al santo como el que creyó y por eso habló; creyó y hablo, y,
hablando, amó, hasta el extremo. Quizá no atisbe el olfato humano el olor de
las obras, pero sí lo nota el olfato del amor, que nunca falla y que se refugia
en la intimidad del alma y de la conciencia humanas. El alma y la conciencia
son la concha donde se enclaustra el atento olfato del bien, o del amor. Miguel
Pajares, sacerdote católico, misionero, hombre de Dios, por tanto, ha muerto, y
lo ha hecho «en olor de santidad». Creyó y habló, y pudo amar, hasta dar la
vida. Su cruz ha sido el Ébola, ese malévolo virus, que mata en África y asusta
al mundo occidental, mundo donde reside la ciudad alegre y confiada, que todo
lo fía al progreso y a la técnica, olvidando, casi de continuo, lo esencial. Como
aquella ciudad alegre y confiada de
Benavente que se fiaba de la sabiduría de sus próceres, y en los que creía,
tozuda e irresponsablemente, a pies juntillas, hasta el caos final. Ahora, el
caos y la muerte están en África, ahí mismo, y Europa teme, y quizá en ese
temor esté el principio del fin del caos que es la miseria y la desesperación
que de ella emana. El padre Miguel Pajares, su muerte, su santidad, Diario, tal
vez sea el aldabonazo que necesitaba el mundo para mirar a África y darle amor,
con justicia (20:45:32).
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