23 de septiembre de 2015. Miércoles.
TELARAÑAS
Hormiguero palacete, en el jardín. Año 2014. F: FotVi |
-Se me ha aparecido una hormiga intelectual y habladora y me ha dicho: «¡Hola!».
No me ha sorprendido, porque yo sé que las hormigas, como el pez, o la hoja que
ahora, en otoño, se hace objeto de caída o de vuelo, hablan; las estrellas y
los libros también hablan; aunque más las estrellas. Todo habla, si, como
ocurre con la caracola, pones el oído y dejas que a través de ella te hable el
mar. Yo, antes de ver el mar de mano de mi padre (el Mar Menor más hermoso de
todos los mares), lo oí alentar, alancear olas, besar la playa, rugir, gorjear,
hundirse y levantarse ebrio: en la caracola lo oí. Como el mar estaba en ella,
en la caracola, y yo deseaba oírlo, ella me lo dejó oír, y el mar se hizo lebrel
en mi oído, can sonoro, paz y trueno. Tras el saludo, «¡hola!», siguió la
hormiga: «¿Te apetece ver mi mansión?» Yo, por seguir el protocolo, dije que sí,
y me enseñó el hormiguero. Me enseñó su templo, su ciudad, su laberíntico hogar,
y me maravillé por tal portento de ingeniería. Por tal sabiduría. Y,
percibiendo mi asombro, me dijo: «¿Fascinado? Es el resultado de la unión; para
construir, o defendernos, o atestar la despensa, todas las hormigas somos una
sola hormiga, una sola avalancha de fuerza, un espolón que irrumpe formidable y
vence; en la unión, somos y subsistimos». Luego de este encuentro, Diario, he
ojeado la prensa y, con ruido y helor de tripas, he pensado en España, y he
visto una mansión de ruidos y fantasmas, rota, a punto de ser invadida por
telarañas de desencanto y frustración. Melancolía (12:07:26).
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