30 de septiembre de 2015. Miércoles.
ÚLTIMA ISLA DE
VIDA
Acorde en la tierra, del jardín. Año 2015. F: FotVi |
-Me doy por vencido: andaré hasta parecer que fenezco, hasta, rendido de
tanto respirar, de tanto anhelar vivir, caerme todo yo en mí mismo. Como los
ojos en un abismo, asustados sin remedio por el vértigo, sin remisión cayendo
antes de retirar la mirada y huir. Respirar es tomarle vida al universo, alargarte
en el tiempo, poblar el espacio en el que a diario pisas y creces, y en el que,
a pesar de las zancadas, mueres; se muere de tanto respirar, de tanto anhelar
vivir. Se muere siempre, la vida se rompe siempre. Ayer vi morir un pájaro. Posado
en la rama de un árbol, dobló la cabeza y, como una hoja en otoño, se cayó
vencido. Entró en el abismo. Sin latidos que alentaran las plumas, fue éste su último
vuelo, su última y feroz aventura infeliz. Se oyó, oí un golpe, fue como un
pequeño acorde entre su cuerpo y la tierra, y pereció, con la cabeza girada a
un lado. Ante la muerte se voltea la cabeza a un lado, como para escucharla o
pasar de ella, o reverenciarla; una vez hallada la muerte, su catedral oscura, se
estará por siempre en ella. Aunque se la revista de pisadas largas, la vida es
una caída, un irse, o para alentar en la Trascendencia o para desvanecerse en
la nada. La muerte, Diario, es un dejarse ir sin conocer adónde. O, en todo
caso, la muerte es cruzar las aguas del recuerdo y, si alguien te perpetúa en él,
quedar ahí, tu última isla de vida (19:47:17).
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