12 de junio de 2020. Viernes.
PERROS SIN OLFATO
Buscando la luz, en una iglesia rupestre. Göreme. Turquía. F: FotVi |
-Hoy, al rezar Laudes, he vuelto a oír a San Pablo
decir: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». Debilidad y fortaleza se dan la
mano, pues: como si la luz entrara en la oscuridad y la iluminara, sin
destruirla. Sin oscuridad, no tendría sentido la luz. La oscuridad alienta el
deseo de claridad, de esplendor, el anhelo de ver alguna estrella en el cielo
de nuestras noches más terribles. Las estrellas solo se ven en la oscuridad azul
de la noche, y cuanto más negra es la noche, más galaxias y estrellas, y más
racimos de mundos se perciben vibrando en ese cielo infinito que tanto nos perturba.
La gracia no la da Dios para quitar el obstáculo, sino para poder soportarlo
con humildad. Ante la soberbia del mundo civilizado –técnica, armas de guerra,
objetos espaciales, Nietzsche y su superhombre–, nos sobreviene la humillación
de la pandemia; es decir, en una circunstancia así, nos hallamos perdidos como perros
sin olfato. Ante tanta soberbia y despilfarro, ante tanta desconsideración, la
Naturaleza nos ha avisado: nos has dicho que no podemos seguir despreciándola
como hasta ahora. Hemos de convivir con ella, pero protegiéndola, poniéndola en
el horizonte de nuestro respeto e incluso de nuestro cariño. Lo ha dicho el
Papa Francisco: «No somos Dios, la tierra nos precede y nos ha sido dada». La
tierra es el trono dorado de todo lo que es vida: desde la más ínfima bacteria
al más deslumbrante y sabio ser humano. Pero un trono regalado, como la
vida o la muerte, y los infinitos sueños, Diario, que nos guían y nos siguen, siempre (18:43:53).
No hay comentarios:
Publicar un comentario