27 de abril de 2015. Lunes.
EL MILAGRO DE
LOS SONIDOS INTELIGENTES
Bel canto, desde el jardín. F: FotVi |
-Las palabras deben (o debieran) servir para entenderse. Cualquier
lenguaje, aun el expresado en jeroglíficos, ha tenido por fin siempre decir
cosas y que éstas fueran entendidas. Decir cosas, o el milagro de los sonidos
inteligentes. Ahora mismo oigo a un pájaro cantar, desaforado, como revestido
de una cierta locura, y pienso que quizá sea su jeroglífico o escritura musical
con la que me quiera decir «¡estoy enamorado!» Canta el pájaro y trata así de revelarse,
de decirse desde dentro, de decirme tengo un latido, tal vez un sentimiento, decirme:
«¡vivo!» No me explico el canto del pájaro para no decir nada, extasiarse en una
música tan ingente sin significado. El lenguaje de los pájaros es un lenguaje universal;
en él siempre se entienden la lindura y la alegría, y la comunión con la
naturaleza. Y desde siglos, se expresan con el mismo pentagrama lleno de las
mismas o parecidas notas musicales. Hay música en el trino de los pájaros, un
lenguaje hecho de bel canto, excelso casi
siempre, y se entiende. Y por supuesto, un lenguaje universal es mejor que otro
de claustro y argot, aunque sea joya y luz del pasado, arqueología lingüística;
pues, como decía Alfonso Reyes, escritor mexicano: «Si a los cultos estuviera
confiado dar el aliento a los idiomas, todavía estaríamos hablando en latín». Sería
hermoso, pero no práctico. No práctico ahora, en este punto de la Historia. Una
joya sólo se entiende o en el irradiar luminoso del cuerpo de una bella dama o en
el sancta sanctorum, oscuro, de una caja fuerte, lugar siempre de noche y miedos.
Lo universal es dilación, acorde, galaxias; lo particular es confidencia, susurro,
quizá una íntima y bella confesión, pero nada más, o nada menos. Se me hace cuesta
arriba, un Everest, pensar que alguien hable para que no le entiendan, o le
entiendan poco, o mal. Si digo «paz», Garicano (entrenador del Sociedad
Deportiva Éibar), me entienden millones de oyentes; pero si digo «baké», sólo
unos pocos cientos, a los que deseo paz (baké) y no «guda» (guerra). A veces,
las lenguas, Diario, nos confunden y alejan, cuando debieran ser lugar de
encuentros, con la pipa de la paz (baké) siempre de por medio, y encendida (19:45:42).