7 de julio de 2014. Lunes.
LA SILENCIOSA
«ESCRITURA DE LOS CIELOS»
Todo habla, en el jardín. F: FotVi |
-Ayer decía yo que, al rezar, hay que hacerlo escuchando el entorno, lo
que se oye al otro lado de tu mirada y de tus palabras, y hacerlo idioma tuyo. Y
esta mañana, al ir rezando Laudes (digo ir porque deambulo mientras rezo), me he
dado con el salmo 18, que canta: «Los cielos cuentan la gloria de Dios». Los
cielos cuentan, narran, refieren, para que se les escuche, lo que es la grandeza
de Dios, su excelsitud gloriosa. Al calor, pues, de la lumbre del sol («el día
al día comunica el mensaje», sigue el salmo) o a la paz del rocío nocturno («y
la noche a la noche trasmite el mensaje»), la gloria de Dios es dicha como poema,
que inspirará a poetas posteriores. Aunque sin palabras, y sí por sus rasgos,
esta gloria se adivina y se oye por toda la tierra, aunque no se diga. La
silenciosa «escritura de los cielos», a la que aludía la cultura
asirio-babilónica, es la que nos pone en el camino del hallazgo de Dios en cada
una de sus obras. La sal, el pequeño grano cereal, la mota de polvo que se posa
en el libro, la letra A de grafía latina como la de grafía china, la hoja o la
flor, el insecto o el mastodonte, el sol, la luna, la lluvia, la aridez, el mar,
la luz, la sombra, la tarde, el día, el bosón de Higgs…, todo cuenta (dice) la gloria de Dios. Un místico, Trossero, solía
decir que a Dios le sobraban propagandistas (entre estos propagandistas, las
cosas), y le faltaban testigos. Oír es fácil, Diario, si se desea escuchar todo
lo que es sonido, aunque hable otro lenguaje y aun forme parte del lenguaje misteriosos
de los silencios (20:32:45).