17 de noviembre de
2017. Viernes.
EL
INSULTO
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Palabra sin gajo, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Se ha de tener mucho
odio, arañas negras, palabras podridas en la boca y pocos dientes, para lanzar
un insulto contra alguien. Para masticarlo y decirlo. Y muy poco pudor. Quien
profiere insultos, es como el que cría sapos en su interior y los echa por la boca
para que croen, para que charleen. El insulto, dice el Diccionario-, ofende y avasalla,
humilla. La palabra -ese don divino que se nos ha regalado, esgrimida para
trasmitir suciedad y roña, y tizne, en la cara del otro. Como un salivazo hediondo
y cínico, perverso. Se puede discrepar, pero no insultar. El que insulta
demuele sus argumentos, derriba su autoridad, se hace pis en su propia boca. No
insulten ustedes, Rufián, Iglesias, políticos todos. No insulten, hablen,
simplemente eso: hablar, decir, y, si quieren ofender, háganlo con un verso, verso
que no entenderán sus adversarios, y ustedes se habrán salvado. Parafraseando a
Adonis, digamos que, aunque no te lo propongas, podrías pensar que lo que dices
del otro, te lo dices a ti mismo. Y, en todo caso, Rufián, Iglesias, todos los
demás políticos, piensen con Pere Gimferrer, que «todo» -las palabras, los
gestos, la luz, las sombras, esto, lo otro, lo que quema, lo que muerde- «todo es
un pacto de irrealidad». Cuando vosotros no estéis, el mundo seguirá caminando:
con sus risas, sus angustias, sus cinismos, sus verdades, sus cóleras, sus
tiznes, su santidad, sus infiernos. Y es que el insulto, como hoja de ruta a
seguir, Diario, como cencerro que solo avisa de que por allí transita un buey,
rumiando ira o quizá bondad -¿quién
sabe?-, nunca ha resuelto nada, salvo divertir a los dioses o a la plebe, otra
especie de dios pequeño y frágil: dios menor este, tierno, desvalido,
y tan huérfano de afecto… (12:04:49).