24 de marzo de 2018. Sábado.
TODAVÍA ES INVIERNO
Se asoma la primavera, en Murcia. F: FotVi |
-Me despertaba
esta mañana y oía al viento restallar en los árboles y dar avisos de rebeldía
en los cristales del balcón. Fuera de mi habitación, todo parecía crujir,
estremecerse, vociferar. «Son -me he dicho- los últimos lamentos del invierno»,
o «sus postreros exabruptos, sus últimos sollozos». Y aunque es hermoso el
invierno -sus nevadas, sus lluvias, su fría soledad, sus aullidos de lobos-, me
cautivan más el otoño y la primavera; el uno porque es nostalgia y la otra
porque despierta la vida en hojas nuevas y pajarillos incipientes. Pero, hoy, aunque
el almanaque diga lo contrario, todavía es invierno. Un invierno tocado por la luz
de la primavera, pero muy negro en Cataluña. Los mandamientos de la santa
democracia o se cumplen o vas a los infiernos de la cárcel, a Estremera. Donde
dicen que se vive bien, pero menos. No acompaña la libertad, esa virtud que
tanto aman los peces y las aves, y el ciervo y el león. Y tú y yo. Las
democracias no las hacen los votos, sino las personas, que, a veces, se rebelan
contra los votos, si estos son falseados o hipócritas. La democracia, aunque
sea imperfecta, tiene la ventaja de que antes de obedecer las leyes puedes votarlas.
Primero votas y luego respetas las leyes. Es un juego de prioridades. Si no te
gustan las leyes, la próxima vez votas lo contrario que la última, hasta que
des con el quid de la cuestión democrática. Pero una vez que has votado, no te
queda otra salida que obedecer lo que tú, con tu voto, has querido. Y esto es
lo que no ha ocurrido, parece, en el país de las maravillas modernistas, y donde
Dios, Diario, puso juntos -según Umbral- el trabajo y el amor (19:10:37).