23 de diciembre de
2018. Domingo.
ISAÍAS,
POETA
La Anunciación de María. En Nazaret. |
-A un paso de la
Navidad, oigo en la liturgia de la misa a Isaías que exhorta a los cielos a que
destilen el rocío y a las nubes que lluevan al justo; y a la tierra, a que se
abra y que de ella brote la salvación, para que así germine la justicia. Palabras
estas que llenan el corazón y la poesía. Hay veces en las que pienso que la
religión debiera ser poesía, para que, con la belleza del lenguaje, se elevase y
se aproximara a la tierra la grandeza y la excelsitud del mensaje. Que los
cielos destilen el rocío, pide Isaías; es decir, que la gracia descienda sobre la
tierra, y que las nubes lluevan la justicia. Porque del cielo nos viene la imparcialidad,
la rectitud, la conciencia. Dice Antonio Lucas, periodista, que «la poesía está
aquí de toda la vida, porque es la forma más moderna de fundar algo nuevo». Isaías
hace una bellísima metáfora: compara el nacimiento del Mesías con el rocío, la
lluvia, el germen. Y es que Cristo es rocío
para refrigerar –dice Santo Tomás–: «como nube de rocío en el calor de la siega».
(Isaías 18, 4). Es lluvia para fecundar:
«Descenderá como la lluvia sobre el retoño». (Sal 71, 69). Y es germen para fructificar: «Y suscitaré a
David un Germen justo». (Jeremías 23, 5). He aquí cómo el lenguaje de Dios, al ser creativo, se
hace poético. Y, sigue Antonio Lucas, «no con palabras insólitas,
sino con pequeños espacios de inmensidad». La poesía aquí se confunde con la
extensión de Dios, que, en forma de gracia, se ramifica, se esparce, se hace Edén; y como gracia, Diario, no tiene límite, no hay frontera o linde que la
pare, está en el cielo y en la tierra, como algo que, si pasas junto a ella, te
salpica, amorosamente te vence (19:34:17).