18 de noviembre de
2018. Domingo.
EL
PRÍNCIPE
Flores de áloe, vigilándose unas a otras, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Me repugna, como la
mordedura de una fruta amarga, la figura del inquisidor: el fisgón, el
husmeador de conductas y vidas ajenas. Lucio III, en el siglo XII, fue el papa
que inauguró este tiempo del «corre, ve y dile» de la llamada Inquisición
Medieval. Se perseguían la herejía y la brujería (o la modernidad y la
libertad) y se hacía con prácticas y métodos severos e insensibles, que
incluían la tortura, la degradación pública, y se quemaba en la hoguera, como
el ocurrió a Juana de Arco. Unos clérigos, en Inglaterra, la condenan; otros,
en Francia, la suben a los altares. ¿Dónde está la verdad? Es claro que unos u
otros se equivocaron, o aquellos por malvados o estos por bondadosos. Y, como pienso
que la maldad siempre va unida a lo que quiere el príncipe, yo me inclino más
por el hecho de que sea santa a que esté entre las brujas, como sentenciaron los
ingleses. El príncipe –el poder–, en todo caso, estuvo detrás de todo este
espectáculo de horror y sospechas, con tufo de carne asada. Pero antes fue la
religión; ahora es la corrección política, que, a través de Twitter, Facebook,
la Televisión y demás ojos vigilantes, es la que te lleva al patíbulo, Diario,
o te incinera en la plaza pública, con el regocijo gangoso, por ocioso y zafio,
del populacho resentido y vacío, lastimosamente depravado (18:46:20).
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