27 de febrero de 2020. Jueves.
CÁNTICO INTERIOR
Oyendo el rumor de la savia, en el jardín. Torre de la Horadada, F: FotVi |
-Salgo a pasear y me
dejo bañar por el sol de la mañana, como si me lloviera del cielo oro ardiente.
Mientras camino, me despojo de ropas, y sueño despierto. Y con Posidonio,
filósofo de la antigüedad, conocido como el Atleta, puedo decir aquello de que he
oído «el chirrido del sol incandescente al meterse en el agua». Crujiendo y
echando chispas. Pero sin quemarse. Como la zarza ardiendo que vio Moisés en el
Sinaí. Contemplo así la creación: el árbol, los rosales todavía sin flor, el
gorrión saltarín, la levedad blanca de la mariposa, la luz gozosa del día,
y elevo mis ojos al cielo y doy gracias al Creador por este regalo. Al tiempo que pienso
que este regalo, este don –y en este momento– es solo para mí; para mí que se
me permite escuchar el himno de belleza y luminosidad que estos seres están trasmitiendo
en silencio, mientras el resto del mundo, sin enterarse, va a lo suyo, con el
temor del coronavirus en la mente y la prisa en los pies. En la Avenida de la Fama
es día de mercado: día, pues, de olores, de miradas, de tropiezos. Un servidor,
sentado en un banco, Diario, aviva el oído e intenta escuchar, con el sigilo de la savia y el brote imperceptible del tallo, a la primavera que
llega. O como diría
Claudio Rodríguez: oír (con oído místico, digo yo): «el cántico interior» de las cosas (19:18:57).