24 de abril de 2020. Viernes.
LLORO EN SOLEDAD
Esperando al Arco Iris de la paz. Casa Sacerdotal. Murcia |
-Otro
día gris, enfermizo, como un odre de vino vacío. «Un cuerpo sin huesos», pienso. Algo así como el silencio o la mente en blanco, que te dejan sin palabras que puedan
llenar esos vacíos de cosas y las sientas vivas, cercanas. Cosas que anden, que vuelen,
que se muevan como la corriente del río. Con la lentitud de una reflexión y la
amabilidad de quien da la mano y hace una pausa para mirarte a los ojos y
sonreír, y decirte hola. Cosas que se muevan, que hablen, que hagan el payaso, que
tropiecen y no caigan, que hagan reír. Deseo volver a ver el ritmo de la vida,
la prisa de unos, el lento y meditativo caminar de otros, la algarabía de los
niños en el recreo de la escuela, los ruidosos abrazos de la gente al volverse
a ver, o las noticias de la tele sin tener que soportar el trago amargo y
trágico del parte de guerra de los cuatrocientos muertos diarios. Más muertos
que en cualquier contienda, más que en una calle de Chicago en aquellas películas
antiguas de gánster. O las colas de los desplazados y sin trabajo a las puertas de las iglesias
y comedores sociales pidiendo el plato de comida que la caridad les ofrece. Y
lloro en soledad, con un solo consuelo, el de invocar a Dios y mirar al cielo. Al
cielo que hay más allá de las estrellas, Diario, y al que no llega la arrogante
estulticia humana, tan altiva, tan despiadada, tan descreída (18:16:30).