22 de agosto de 2021. Domingo.
CORAZÓN DE PIEDRA
CORAZÓN DE PIEDRA
-Cada mañana nos despertamos –me despierto, piso el día– con una noticia oscura, dañina, que nos puede hacer caer en el hoyo de la desesperanza. Afganistán, Haití –casi olvidado–, incendios, calores extremos, el Mar Menor; todo es hostil, o lo parece, mientras nos resignamos a la adversidad. Caemos en la tentación de pensar que todo es pérdida, que no podemos salir del acoso del barro, de su greda, y, quizá, con alguna que otra lágrima, nos hacemos vivientes, como decía el profeta Ezequiel, con el corazón de piedra. Se nos van secando los sentimientos, y, allí donde había árboles frutales, florecen ortigas, rosales marchitos; los reveses nos hacen insensibles, vulnerables a la paz interior y a la ilusión. Todo es triste. Pero en la tristeza puede florecer un sueño, si tienes un asidero al que agarrarte. Mi asidero es no dejarme vencer por la depresión, me humillaría a mí mismo. Yo me dejo salvar por la fe, el castillo interior que esconde a Dios, como la almendra al gajo; pero que escarbando, insistiendo con las armas de la oración y la paciencia, acabas por dar con el amor, donde se expresa y habita Dios. «El poder es de Dios, y no de nosotros», dice San Pablo. Esta mañana, cuando me envolvía un amargo ahogo de desesperanza, he rezado: «Tu gracia, Señor, vale más que la vida, / te alabarán mis labios»; y, en la alabanza, Diario, he encontrado la paz y el deseo de poner mi gota de ilusión para que todo vaya mejor, en mí y en mi proximidad, aquí donde resido. Y he gritado, sin voz: «¡Ah, la armonía!» (18:27:47).