17 de septiembre de 2021. Viernes.
EL MAL
EL MAL
-Me santiguo, rezo y digo amén. Decir amén en la mañana, cuando apenas
ha salido el sol, debe verse como un amén confiado, sereno, aunque lleno de
amapolas rojas en el trigal –difícil– de la vida. En este amén se encierra el
deseo de que la esperanza venza al desasosiego, que la paz gane a la zozobra,
que el silencio se oiga más que las palabras. En este tiempo de palabras –cuchillos– en las redes sociales, en el Parlamento, a la vuelta de la esquina,
y que ponen acritud en los oídos y heridas en el ambiente, no está de más decir
amén y fiarse de los sueños de Dios, que siempre son bonanza, lírica –poema– en
espera de ser dicha y asumida. Dios en el primer amén del día. Sin embargo, hay
momentos en que se nubla el amén, que chirría, que parece decir: «No es así». No
es de amén celebrar en el País Vasco a asesinos con decenas de muertes en su
haber, sin arrepentimiento, y con algarada indigna además; o la muerte por el
covid 19 de un matrimonio que deja 5 hijos, uno de ellos bebé; o padres que
matan a sus hijos. En casos como estos, digo amén, pero me limpio las lágrimas.
Y rezo, y vuelvo a decir amén, y confío en Dios, que no interviene en la
libertad del hombre, aunque intente, con el don de su gracia, convertirlo, insistiéndole,
suplicando. Dios nunca fuerza, siempre ofrece, y se da, como cruz, en el ofrecimiento.
Dice San Pablo: «El deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el
realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”.
Deseo evitar el mal que no quiero, Diario, y rezo, y digo amén, y así pongo a Dios
en mi camino, para que, con su gracia, pueda servir a la ley de Dios y no a la del
mal, al poema y no a la prosa: con lágrimas, a veces (17:48:22).