27 de agosto de 2014. Miércoles.
JAMES FOLEY,
PERIODISTA
Blanco sobre negro (o inocencia), en el jardín. F: FotVi |
-Una muerte injusta, la de James Foley, periodista, como tantas otras, y
aterradora. De rodillas ante su verdugo y la cabeza agachada, con la
humillación injustificada y bárbara del que se siente vigilado tras una máscara
por unos ojos crueles y el arma homicida en la mano izquierda del verdugo, sin
duda no tan cruel el arma homicida como el que la sostiene. Humillación esta,
en todo caso, sin causa, o por una causa innoble y falaz, inverosímil, propia
de otros tiempos de oscuridad y hechicerías, te impongo esta fe, y la aceptas, o
a la hoguera, al suplicio. Ya sucedió: fe (o ideología) la que yo impongo, o la
cruz. O la guillotina, o la silla eléctrica, o todos los Auschwitz de todos los
tiempos. Esta vez el infiel ha pagado con la decapitación, que es un modo de
hacer que las ideas rueden por el polvo y escarmienten así de ser ideas libres,
distintas, esclarecedoras quizá de bellos sueños aún por explorar, hermosas
ideas decapitadas, sin ojos para ver, sin palabras con las que arrojarse al
vacío después de ser pensadas, las ideas, sin labios desde donde arrojarse a
hacer sus vuelos, sin oídos con los que oírlas en el irse, sin lágrimas, sin
risas, todo decapitado, todo se ha ido en el filo de un cuchillo. El terror por
el terror. James Foley ha muerto por ser occidental e infiel, y ser creyente, pero
no de lo del otro, y eso es causa de decapitación, y sin juicio previo, ni
siquiera sumarísimo. Antes, la cárcel, las dudas, los miedos, el llanto, quizá
un vuelo de esperanza, «unos días estoy fuerte, y otros flojo”, la dulce
compañía de los amigos, «repetimos historias y reímos para romper la tensión»,
y el rezo, la oración, porque de Dios, a veces, también se vive, «cuando rezo,
realmente siento que puedo tocaros, incluso en esta oscuridad», dice James a
sus padres; o sea: de Dios, a la familia, tocándola, como en la noche oscura se
toca a Dios, y, de ésta, vuelta a Dios de nuevo; si en la oración se roza a
Dios en las palabras, su invisibilidad (él es Palabra que se hizo humanidad, se
hizo carne, se encarnó), también es tacto para aquel que, en la oscuridad, busca
asirse a los recuerdos. Rezar para tocar, Diario; hermosa revelación (20:17:40).