14 de octubre de 2015. Miércoles.
SAJAR EL OJO
Espadas de luz, en el jardín. Año 2014. F: FotVi |
-Se me puso la pupila como
se ponen las gotas de aceite sobre el agua, como ojos extendidos e inquietantes,
rubios, ojos de ser maligno, quizá. Milagro de las gotas que te echa sobre el
ojo abierto como con pasmo un enfermero de blusa blanca y gesto ambiguo. El
bigote es otra cosa. «Abra el ojo como asustado», me dijo, de blanco y sonrisa,
la doctora. Joven ella, casi como su mirada. Yo, con mi pavor encima y sin esforzarme
(creía haber ido al Hospital a una operación ocular), abrí el ojo, no como me
dijo la doctora, sino con más espanto que ella me había pedido; y así entraron
en su interior como en un laberinto la inspección de la luz blanca y el ojo
clínico de la doctora, indagando. Para entonces, ya me habían abandonado los
miedos: no habría operación, me dijo. Respiré como cuando te vas a ahogar y
vuelves a la superficie, braceando desordenamente, despavorido. Y es que la
noche anterior había soñado con Un perro
andaluz, de los genios Buñuel y Dalí. Film en el que un ojo de muchacha es rajado
con una navaja de afeitar por unas manos inflexibles, lunáticas, como las
mentes de Buñuel y Dalí. Qué susto, por la noche; y qué alivio, por el día. Me
dormí pensando que una mano inflexible y lunática me sajaría el ojo, como un
grano de uva, sádicamente, y no fue así; ileso del trance, volveré, tras larga
lista de espera, a mis miedos. Y el hecho de no ser operado y poder ver me
lleva a poder leer. Y leo que unos 8.500 niños mueren al día por desnutrición (¿dónde
la justicia?) o que los futbolistas son los empleados mejor pagados en España (¿dónde
la equidad). Y me digo, con angustia: «¿Ver para esto?» Pero levanta el ánimo esta otra noticia de última
página de un diario, donde, casi como un susurro, sin ruidos, se habla de un
tal Mussie Zerai, sacerdote, que ha salvado la vida a miles de refugiados. Y
entonces me digo que merece la pena ver, y sentir el mal, para poder apreciar así
con más furia y júbilo el bien. Y agradezco, Diario, que alguien -un feligrés- haya
tenido una vela encendida para que no se apagara la luz de mi visión. Siempre,
en la vida, aunque sea escondida, tímida, hay una luz que repliega las sombras
y te permite ver, con esperanza, la otra realidad, la nacida de la luz (20:16:09).