15 de septiembre de 2020. Martes.
LA MADRE DOLOROSA
LA MADRE DOLOROSA
-El himno de Laudes –Libro de las Horas– es estremecedor. Dice: «Estaba la Madre Dolorosa de pie, / llorando junto a la Cruz, / mientras el Hijo pendía». Jesús, en la cruz, tocaba el dolor, que hurgaba en su carne; él sentía las espinas en la cabeza, los clavos en manos y pies, la lanzada en el costado. Suya era la sangre que brotaba y encharcaba el suelo, y que lamían los perros. Y María, la madre contristada, doliéndose en el dolor de su Hijo, sintiendo cada llaga del Hijo en su costado, de pie. «Y a ti, una espada te traspasará el alma», le había dicho el profeta Simeón. El Hijo miraba al cielo, que parecía no oír, y hablaba: «¡Padre, ¿por qué me has abandonado?!» Y María, la madre que sí oía, allí, de pie. Sufriendo con el Hijo su orfandad, su aterradora soledad. Llorando y sin moverse, como una «columna tallada», sosteniendo todo aquel universo de dolor terrible, que daba con los nudillos en el cielo. Al tiempo que la oración pasaba por la angustia y el espanto del Hijo. El dolor, en María, con el del Hijo, es redentor, rescata, libera. Ella está bebiendo el mismo cáliz que Jesús bebe, y en la misma copa. Por eso se la llama corredentora: la que redime, rogando, elevando su dolor al cielo con el de su Hijo, como un grito inmenso, Diario, que Dios oye, y, seducido, Ama (12:35:03).