6 de septiembre de 2020. Domingo.
FUNESTO ANTIFAZ
FUNESTO ANTIFAZ
-El primer domingo de
septiembre, y vestidos, aún, con el inquietante y funesto antifaz –mascarilla–
del coronavirus. Como en una película de guerreros traviesos, para intentar –desde
la clandestinidad–, dicen ellos, implantar justicia. La mascarilla de la pantalla
y la ficción ha pasado a la vida real, como un drama urbano ridículo y perturbador.
Pero insistente. Todos enmascarados: «¡Arriba las manos! El dinero o la vida».
Y elegimos la vida: es el único aval que es nuestro, de verdad, ni pobreza
ni fortuna, ni éxito ni poder, sólo la vida. El mundo se ha hecho un carnaval;
pero no ruidoso y alborotado, sino enfermo y triste. En este carnaval de cada
día, los silencios se oyen más que las palabras, los ojos que lo miran, más que
los ruidos del mar. Yo, esta mañana, sin mascarilla y libres las palabras, he
participado en la misa de la tele, para dar salida a la alabanza y la oración. Y,
en ese ir y venir de la misa, he oído cosas hermosas sobre la corrección y la
humildad de aceptar que haya quien corrija nuestros vicios. He oído: «Si tu
hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”. Es la ayuda, el auxilio al
necesitado. Das la palabra correctora, Diario, como el que ofrece un pedazo de
pan, para remediar y elevar; se trata, dice el profeta Ezequiel, de poner «en
guardia al malvado, para que cambie de conducta», y, de este modo, dé alcance a
la luz, y vea, y se salve (18:22:45).
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