1 de septiembre de 2020. Martes.
LA VIRTUD DE LAS
AUSENCIAS
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Es corona, pero pura fragilidad, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi
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-La humildad es la
virtud de las ausencias, aunque ahí esté. Siento ella luz, huye de la luz. Mientras
se esconde de los focos, que con su luz artificial pueden rasgar su recato, su
llaneza, ella da luz, irradia claridad, delicadeza para el espíritu. La
humildad es la virtud que no se ve, pero que, aun escondida, trasluce
integridad, decencia, santidad. De mano de Bieito Rubido, en ABC, leo: «A
Sánchez le falta humildad». Me río; solo un poco. Con risa amarga. Y me digo:
«¡Sánchez, el presidente de los espejos! El presidente que, antes de pisar un
charco, se mira en él, y según lo refleje –si bonito– lo salta, respetando así su
categoría de luna de cristal, o –si feo– lo pisa, haciéndolo añicos, rompiendo
su azogue, espantando a los pájaros que, inquietos, bebían en él». Sin ánimo de
molestar –de política entiendo lo justo, y todavía la chaqueta me viene grande–,
yo diría que Sánchez es una soberbia alucinante, encendida, desbocada. En su
voz de caramelo, de chuchería de niño bueno, esconde dentadura de tigre y el
pitón encendido del unicornio. Como toda soberbia, solo es pose, teatro, relato
de ficción. Lo que le sucede al soberbio, Diario, es que, al fin, tiene miedo
de sí mismo y se viste de escenario para disimular su ínfima pequeñez, su
solapada enfermedad: la de simular lo que no es; o lo que es, pero menos
(11:41:11).
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