18 de septiembre de 2020. Viernes.
OJOS DE NUBES
OJOS DE NUBES
-Por fin el verano
inclina el vaso y se derrama: nos llueve, nos bendice. Si la lluvia no se
excede en Los Alcázares, en San Pedro del Pinatar, en el entorno del Mar Menor,
será bendición, si no, desgracia, un lamento verde y sucio. De un tiempo a esta
parte, el Mar Menor ha sido golpeado y hostigado por multitud de enemigos: juro
y digo con solemnidad que los peces son inocentes. Los enemigos le vienen de
fuera, como el coronavirus que nos azota, que nacido en Wuhan y paseando su
exterminio por todo el mundo, ha venido a asentarse en España, como un
veraneante más, excepcional, despótico. En cualquier minuto, piensas que el virus puede
llamar a tu puerta, y te recorren todos los miedos, que empiezan por
la espalda. En la que un sudor frío avisa del peligro, hasta helarte el corazón y la razón. Con la lluvia, el cielo ha descendido a la tierra, y, con el
cielo, Dios, que, en forma de gotas de agua, alimenta las raíces del árbol, se
hace río, y luego mar con peces y nieve en el crudo invierno. (Perdonad, pero yo veo
a Dios en cualquier cosa, sea junco o galaxia, alegría o dolor, pasión o
belleza. En donde no está Dios es en la maldad del hombre, que es obscena: con
sus terribles demonios, irascibles y soberbios, destructores. Pero sí –ejemplos–
en la música que sale de la trompeta de Louis Armstrong –jazz–, o en la nariz
de Pinocho, en la que se refleja lo que es la humanidad: debilidad y grandeza, poesía
y «madera de temblor», que se alarga al mentir). Llueve leve, como un
llorar del cielo que se desborda de sus ojos de nubes, y, de este modo tan sencillo, Diario, canta el otoño su
himno anual del declinar de la vida, y a Dios (12:12:58).