29 de julio de 2021. Jueves.
SONRÍEN LOS VENCIDOS
SONRÍEN LOS VENCIDOS
-Conmover, que significa perturbar, alterar, también significa enternecer,
emocionar, apiadarse: ternura. Decir ternura es poner el corazón al servicio de
lo frágil, de lo que se puede romper o quebrar, hacer del amor una lágrima o un
suspiro, la mano que levanta al caído y lo echa a andar. Es un abrazo que
abraza sin ahogar. Dios, que es amor, se hace ternura –pone la mano en la
cabeza de un niño– en Jesucristo, e inspiración –soplo, aliento poético– en su Espíritu.
Conmoviéndose, el amor se enternece, se hace piedad, se dulcifica en el llanto,
conforta el dolor. En estos Juegos Olímpicos de Tokio hay días que puede más en
mí la derrota que el triunfo. Me emocionan los triunfos, pero me conmueven más las
derrotas, hasta turbarme, a veces, el alma. El derrumbarse de Paula Badosa en
tenis por un golpe de calor; las lágrimas de la atleta Simone Biles, presa de
su responsabilidad y sus miedos; o el último en la piscina, mientras saluda el
vencedor. Éste con la sonrisa y el puño en alto, aquél, los ojos bajos y el
corazón acelerado, como llorando por dentro. Siempre queda el triunfo, la aureola,
y se desvanece la derrota, cuando todos debieran coronarse de laurel, porque
todos, como dice San Pablo, han corrido por la victoria. Simone Biles, una de
las más grandes atletas de todos los tiempos, ha dicho, con lágrimas, a causa de sus fallos:
«El torrente de amor que he recibido, me ha hecho darme cuenta que soy más que
mis resultados y mi gimnasia, lo que nunca creí antes, de verdad.» Ha caído en
la cuenta que su persona –creación única, bellísima, capricho de Dios– es más
que sus éxitos. Sin duda, Diario, que Dios, en su ternura, habrá sonreído,
seducido por esta fascinante confesión (11:17:48).