8 de julio de 2021. Jueves.
UN PULPO DE FUEGO
UN PULPO DE FUEGO
-Sigue el calor como si un pulpo de fuego nos hubiera atrapado entre sus
patas y brazos. Una caricia fatal. El calor –color ámbar– me asfixia. ¡Ay!
¡Una ducha! Pero me contengo. No hay agua para todos. Con una hoja de periódico
me abanico. Y da resultado. Vuelvo a don Francisco de Quevedo: Historia de la Vida del Buscón. Me
divierte leer sus idas y venidas, sus lances y desmanes graciosos, desenfadados,
sus patrañas ideadas para, sirviendo a su señor Don Diego Coronel, poder así vivir
y sobrevivir, e ir tirando por el grueso y difícil camino de la vida. De
Quevedo dice la contracubierta del libro del Buscón, que «era un español
típico, barroco, osado, valiente, que se ríe hasta de la misma muerte.» Te
puedes reír de la muerte, si aún vives, si aún alientas palabras y besos, si
aún cantas; pero si has muerto, la muerte, con el vacío pavoroso de su boca, se
reirá de ti. ¿Serán risas de ultratumba, cavernosas, con murciélagos
enguachados a los dientes del esqueleto? Sin embargo, no veo yo así a la
muerte. La veo liberadora y mística, durmiente, senda clara hacia otra vida. Yo,
ante la muerte, Diario, diría con Leopoldo Panero: «Dejad la muerte conmigo; /
la muerte rota en el alma. / Dejad volar mi alegría. / Dejad que vuele.
Dejadla.» Sin tragedia, sin himnos oscuros, con el gozo de quien encuentra la
perla y el tesoro escondidos, de quien se halla en disposición de gustar, por
fin, la Trascendencia, al Dios benigno (12:22:16).
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