16 de mayo de 2022. Lunes.
FILÓN DE ORO
FILÓN DE ORO
-El sol es un filón de oro. Y, como dádiva que es, no es oro recluido en
una caja fuerte de un banco o en el anillo con piedra preciosa de un jefe de la cosa.
El oro del sol es oro que fluye en sus carros de fuego, intangible, lúdico, y,
como el agua, es luminaria que no hace acepciones, sino que se da a todo y a
todos por igual. Se da a la piedra y al bicho, al que ara como al que roba, al
narcisista como al jorobado (Quasimodo, Notre-Dame
de Paris). Sea alba, o cénit, u ocaso, el sol siempre es donación. ¿El sol,
dios? ¿Por qué no? Dios menor; lo es para el poeta y para el que no advierte que
existe el Dios que ama. El sol ha sido divinizado por muchos pueblos, como ahora lo son
el dinero y el poder, la tertulia y el chismorreo, la política y la mentira, de
la que tantos viven. Hubo un pueblo, sin embargo, que, aun celebrándolo, nunca
llamó dios al sol. El pueblo de Israel. Lo llamó, con lírica de poema, «lucero
grande para el dominio del día». (Génesis). Lucero grande o lucero del día, pero
nunca Sol –o dios– como hicieran otros pueblos vecinos. Y aun a la luna, con la
delicadeza del que toca plata con el lenguaje, la llama «lucero pequeño para el
dominio de la noche». Aunque importantes –existen como «focos que alumbran la tierra y
fijan el calendario»–, son solo criaturas que cumplen con el designio de
Dios: «Haya luceros en el firmamento celeste», dijo Dios, y surgieron. ¿Para
qué? «Para apartar el día de la noche y valgan de señales para solemnidades,
días y años.». Celebrar el sol, sí, aunque sea con cremas y ditirambos de la
paganía, pero sin idolatrarlo. El sol calienta, pero no oye, ni siente, ni
habla, sólo arde, como dice la Escritura, Diario, para «el dominio del día» (17:29:19).