13 de mayo de 2022. Viernes.
LA RIDICULEZ
-Al contrario que
el mirlo, que sigue inspirado (es primavera), yo ando un poco tardo de reflejos
literarios. Estoy, como el déficit o los precios de la cesta de la compra, por las nubes de la inercia. Eso sí: como los días son más largos y el sol ya nos encara con sus rayos de punta, leo más y escribo menos. La pereza. Ahora estoy con Chesterton, que hace
que se me rían los huesos. Chesterton es divertido como un buen chiste dicho
por un mejor cómico. Y todo porque escribe del hombre, que no es un chiste pero,
a veces, lo parece. Turnbull y Maclan –La
esfera y la cruz–, dos personajes a punto de batirse por sus ideas (ateo
uno, creyente el otro), son el hazmerreír de sí mismos. Dilatan y dilatan su
enfrentamiento, porque, al fin (y desde el odio), empiezan a estimarse sin remedio.
Chesterton los pinta ridículos, pero humanos. O los pinta humanos, porque ante
sus ojos de autor con fe en la persona humana (y en Dios), le duele que haya
personas ridículas. Chesterton reviste a estos personajes de dignidad, aunque
ellos parezcan no merecerla. Chesterton podría haber escrito en La Codorniz, aquella revista del
ridículo como chiste, o el chiste como nota de humanidad ante el ridículo; o
quizá no, porque Chesterton era católico y creía en el hombre tanto como en
Dios, y esto le alejaba de ciertos ambientes, como el del totalitarismo ateo,
tan intransigente y vario en época de La Codorniz
(17:58:41).
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