PEREZA LITERARIA
-Ocurre que, a veces, escribo poco no por desgana sino por pereza;
pereza literaria, que no de la otra, que, sin ser pecado grave, es, sin embargo, un
desliz. Pero es que me digo: ¿Para qué escribir si apenas me leo yo y la
página en blanco donde escribo y la papelera donde, si no me place, echo lo
escrito? Es un poco de pereza, pero también de venganza: no me comen, pues que
pasen hambre. Escribo poco porque no soy Benito Pérez Galdós, ni Clarín
borroneando La Regenta, a la que
alguna vez han llamado, y no sé por qué, «la última gran novela del siglo XIX».
Será “grande” por lo de San Cristobalón, gigante él, o por la obesidad de la
obra debido a su bulimia codiciosa de llenar y llenar páginas, al modo de los
bestseller de última hornada. Yo escribo poco para no cansar; pero más para no
cansarme, que el que mucho escribe, mucho despilfarra, y hacer basura con la
palabra es un modo de pecado estético, y aun ético, como lo sería embadurnar un
Velázquez o tergiversar el texto del Caballero de la triste figura, el Quijote,
o de la figura triste que, con filosofía de ingenio y refrán, y locuras sabias,
nos da sencillas (aunque luminosas) alegrías. Por mucho que se haya escrito, de
uno sólo queda, al fin, un poco (sólo un poco) que roce lo digno y excelso, es
decir, un poco lo suficientemente escéptico e irónico, lúdico y corrosivo,
rebelde, con un pie (sólo un pie, no los dos) en la irreverencia y el sarcasmo
risueños, que, pasada la criba de lo original y notable, se haga cosa especial
(y espacial, cósmica) entre las letras. El todo nunca será un todo excepcional,
pues lo excepcional (raro, extravagante, novedoso, etcétera) siempre es una excepción.
Hoy he escrito un poco más, y lo hago con el fin, Diario, de no caer en el
pecado no de la pereza sino de la indolencia, tan pernicioso él y dañino, y tan
alejado de la sonrisa de Dios, que hizo la Belleza –el universo– en seis días, y el séptimo... descansó (12:44:26).
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