30 de septiembre de 2022. Viernes.
REZAR Y ESCRIBIR
-Rezar y escribir: así estreno el día. Contemplo la luz y bendigo; es
decir, rezo. Luego, me veo imagen de Dios, y trabajo: con la pluma; o con la
página en blanco, que lleno de garabatos y que siempre pretenden decir algo.
Hasta que, a veces, tras mucho pensar, dicen algo. Sigo, pues, el lema monacal
de San Benito: «Ora et labora», reza y trabaja. Es ésta mi etapa de eremita, la
última, en la que, enlazando con los ideales del egipcio San Antonio y del
italiano San Benito, rezo (lo justo) y laboro (bastante); y el tiempo que
resta, lo dedico a vivir, que no es poco. En este vivir, incluyo el bello
ejercicio de la contemplación pausada de las cosas. Y, al ser rico en
ensoñaciones, sueño, aun despierto; y de los sueños me salen poemas y cosas
así; es decir, textos. Que es un poco (lo digo con toda modestia y humildad)
como andar por el mundo de lo infinito, por el que Dios se mueve, para tratar
de arrebatarle algo de su afán creador, y hacerme así creador con él, o
recreador de lo que ya él antes ha ido conformando. Él inspiró el
Cantar de los Cantares, y yo trato de
recrear ese Cantar para hacerlo cantar nuevo o distinto. (Y en algún verso –quizá
haya quien así no lo vea–, creo haber rozado su belleza. Solo rozado). Si él me
creó a su imagen, ¿por qué no intentar hacerme yo creador con él? Escribía
Voltaire (cito a Borges) que si Virgilio es obra de Homero, Virgilio fue de
todas sus obras la que le salió mejor. Y
Homero, y Virgilio, y Borges, y tantos otros, son bellas sombras de la ingente obra
creadora de Dios. Cantaba Claudio Rodríguez, poeta insigne: «Siempre la
claridad viene del cielo…». Siempre, Diario; también la claridad de las
almas puras, como la del niño inocente que muere en Ucrania sin saber por qué o
la del sencillo de corazón, que, a pesar del ambiente, sigue creyendo en la
misericordia de Dios, y, alumbrado por su fe, reza (17:27:51).