martes, 11 de agosto de 2020

11 de agosto de 2020. Martes.
GRACIAS, CÉSPED

Virgen y árboles con césped. Desde 5º piso. Murcia. F: FotVi


-Desde mi ventana, todo lo veo lejano, en el más allá de mis dedos. Veo el cielo, las nubes, el otro lado del horizonte, todo azul o blanco, pero inalcanzable. Como si mis ojos desearan fundirse con el infinito y descubrir su intimidad: la Trascendencia que habita en él. O el Dios de mi fe. Para cegarme con su luz, abrazarme a su amor, respirar el aliento de su Espíritu. Pero es que desde mi ventana miro también hacia abajo, a lo próximo, y lo veo igual de lejano, inaccesible. Todo está a un vuelo de mí, pero no soy pájaro, ni araña que se cuelgue de su hilo y vaya de lado a lado sin problema, instalándose donde quiere. Ahí abajo están el olivo, la rosa, la frágil florecilla amarilla diente de león, la imponente casuarina – árbol de la música–, o el humilde césped que pisamos sin pensar que alivia el peso de nuestro pie; y al que jamás damos las gracias. El covid-19 nos tiene enmascarados y sin podernos acercar a las cosas, dejando pasar la ocasión de amarlas, de agradecerle, Diario, su presencia, de poderle decir, por ejemplo, al césped: «Gracias, césped, por dejar que te pise, por aliviar el peso de mi pie», algo así. Dar gracias, como el niño, que, antes de dormirse, deja una sonrisa en la nana o palabras que su madre le dice, y niño y madre se sienten así acompañados, amados, en paz (12:24:49).

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