22 de agosto de 2020. Sábado.
SILABEANDO A DIOS
SILABEANDO A DIOS
-Frente a las diversas
ideas, posicionamientos, desencuentros, etcétera, hay algo en la fe que nos
une y que es abrazo y celebración y gala: la oración. La oración es
palabra y silencio, y susurro y contemplación, y mística y ascética, y, en algunas
ocasiones, simple mirada; mirada que, por la fe, suele tocar y sentir, en la
intimidad, la claridad de Dios. Dios es claridad, porque es amor. A Dios se le
puede tocar en la luz del amor al prójimo o en la destello de la amistad con lo
más humilde de la creación: con la furia tranquila del espacio o con «el
cántico interior» de la piedra, como dice Claudio Rodríguez. La oración es los
que une a todos los seres de la tierra, sean creyentes o no; es el bello y
eficaz recurso frente a la fragilidad humana. Ante las adversidades, los
primeros cristianos no huyeron, sino que juntos rezaron. Y «de ahí obtenían –dice
el Papa Francisco– valentía y unidad». No quejarse, sino rezar, por todo y por
todos. También por los gobernantes, para que dejen sus vanidades y simplezas personales
y de partido y se centren en lo fundamental: en salvar a la gente, que sufre la obscenidad de una pandemia, con la mascarilla y el gel de agua alcoholizada
a mano, y también, Diario, con una oración en la boca, quizá, silabeando a Dios, y diciéndole:
«¡Padre, ayúdanos!» (18:21:20).
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