20 de agosto de 2020. Jueves.
COLUMNA
COLUMNA
-Estoy terminando de
construir una columna en la que escribir o grabar pequeños lances, luces y
sombras, de mi vida. Una columna sólida, volátil, que dé la mano a las nubes y,
si es posible, se adentre un poco en los cielos y contemple, sin cegarse, su
luz. Como toda columna, ésta dispone de un basamento, o lugar donde se apoya, de
un fuste, con el que asciende, y de un capitel, donde se explaya la belleza. Se
trata de elevarse, como las columnas clásicas, y dejar, mientras tanto, esta
tierra tan enferma, tan inhumana, y tan amada, sin embargo. La voy a llamar la columna
de la pandemia. O columna de la fe, de la esperanza, del amor. La fe es la gracia,
el fundamento, donde la columna instala sus raíces, se aferra para crecer. La
esperanza es el fuste, o la fuerza que va empujando a la columna hacia arriba,
yéndose de la mediocridad, dejando atrás el barro de la vida, la escoria. Y
arriba de todo, el capitel, el Amor, donde arde la luz, donde se entrevé la
mano amiga de Dios, vibrando, aconteciendo, diciendo: «Venid a mí los cansados,
los agobiados, los que padecéis sed justicia, los descartados, los a cada
instante oprimidos; venid, que yo os aliviaré». Con el tiempo, Diario, la
columna –casi subida al cielo– la voy acabando, con el capitel a medio
hacer, pero explayando ya su belleza, su plenitud, su amorosa furia liberadora (18:45:16).
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