23 de agosto de 2020. Domingo.
CONATO DE LÁGRIMA
CONATO DE LÁGRIMA
-El 5 de agosto –recuerdo–
escribía: «Me visita la alegría». La causa: la llegada de mis sobrinos Paqui y
Javi, con Candela, la encargada de mirarlo todo con fascinación, con ojos
grandes y avaros de ver cosas tras la mascarilla. Ayer fue lo contrario:
Vinieron para despedirse, y los ojos, tras la mascarilla, expresaban pena, con
un conato de lágrima en Candela. Conato solo, porque en seguida volteaba la
mirada y la ponía en otra cosa: en una paloma que pasaba o en una avispa que la
rondaba golosamente. Se fueron, y quedé con mi soledad: que, desde hace años, es
mi compañía más íntima y fecunda, en la que se dan cita lo espiritual y lo que
es materia, lo lírico y lo prosaico, lo que asciende más allá de las nubes y lo
que queda aquí abajo; es decir, la vida: o ese polvo de estrellas que piensa, que
lee, que escribe, y que, tratando de hallar a Dios en la página que lee o en los
silencios que van dejando las cosas en mí, luego de tratarlas y amarlas, cree.
Hoy me han preguntado en ese ejercicio de comunión que es la Eucaristía: «¿Quién
dice la gente que soy yo?». (Hablaba Jesús). Y ando en reflexión, pensándomelo,
porque no quiero decir lo que dice la gente: que si un profeta, que si esto o
aquello, confundidos, unos airados y alguno melifluo; deseo, como Pedro, dar una
respuesta mía, en la que vaya mi corazón, y mi ser. Y en ello estoy, Diario;
quizá diga lo que Pedro: «Tú eres el Mesías, el que salva». Quizá: me gustaría
(12:00:45).
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