3 de marzo de 2019. Domingo.
TOCANDO Y TAPANDO
HERIDAS
Con el Papa Francisco, por ser católico. B. Montero |
-Digo domingo y se me
alegran las arpas que hacen arpegios en mi corazón. Día feliz, porque en la
ancianidad, veo a Dios, tocando y tapando heridas. Somos seis viejitos
concelebrando la misa, entre cantos desafinados y toses crónicas. Levantarse a
leer las lecturas es un ejercicio de lentitud y equilibrios, de sublime
voluntad, hasta que se llega al atril y allí se respira y te agarras a él como
a un salvavidas en altamar. Luego lees alto o bajo, según lleves o no el
audífono. No se piensa en cómo lo pueden oír los demás, sino en cómo lo oyes
tú, el lector «audifonado». Pero celebrar con estas personas, es una fiesta de
paz y de rezos pausados y fervorosos, es otra clase de celebración. Cuando se
es joven, se celebra con palmas y encandilado por los logros que uno cree ir
consiguiendo. De viejo, rezas, pero hacia el interior, hacia adentro, donde
encuentras la contemplación y el misterio, y la misericordia de Dios dándote
ánimos y perdón. Sobre todo, perdón, pues entonces se vive más de la
misericordia que del deslumbramiento. En la vejez, ya no deslumbras a nadie,
solo a Dios, que llega a hacerse ancianidad contigo anciano, luz para tus
tinieblas, bastón que te sostiene. Somos seis vejetes alegres y confiados,
cuyos nombres son: Mario, José Luis, Antonio, Ricardo, Juan y un servidor, que
entona los cantos y lleva la liturgia a adelante, con algún olvido o desliz,
propios de la edad, y por írseme, alguna vez, el santo al cielo, nunca mejor dicho.
Al cielo, Diario, donde veo a Dios tocando y tapando heridas, como al médico
familiar, de la casa sacerdotal (18:34:25).