7 de junio de 2021. Lunes.
TRAS SU CELOSÍA
-Anteanoche zumbaba el cielo, era herido por la navaja de los relámpagos
y lloviznaba. Pensé: el escenario ideal para contar cuentos de miedo al calor
de la chimenea. Me recordaba las noches de misión (hablar de Dios), en la
campiña de Casas Nuevas, en las que a los mayores, al atardecer, les hablaba de
Jesús, de su evangelio, y a los pequeños, por la noche, ante el fuego, les
contaba cuentos de miedo, tan cargados de terror, que, al ver sus ojos mirarme,
espantados, me asustaba yo con ellos, y concluía el cuento con una risa grande por
mi parte, con la que aligeraba la tensión; entonces, los niños, tragando
saliva, se miraban unos a otros, y, un tanto liberados, reían conmigo. Respiraban.
Salían del cuento y se percataban de que estaban entre amigos, y con el fuego
reflejando sombras –solo sombras– en las paredes. Habían dejado de mirarme como
a un bicho raro. La inocencia, en los niños, se percibe en sus ojos, en sus
miradas ingenuas, de cristal. Transparencias entrañables. Aunque sean
revoltosos y fumen colillas de cigarrillos, los ojos delatan a los niños, aún sin
grandes manchas ni abismos en sus vidas, todavía con la blancura –espuma y sus pompas–
en el alma. Mirar a los ojos debe ser, creo, penetrar en su interior y, una vez
allí, ver sus sentimientos, descansar en los buenos y huir de los mezquinos, como
el agua –siempre limpieza– en las manos. Qué bello lo dicho por Robert Bresson,
cineasta francés: «Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos, sino
sus miradas». O lo que se esconde, Diario, tras ellos, tras su celosía (12:09:13).